lunes, 23 de abril de 2007

La Princesa de Éboli.



Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, "La Princesa de Éboli".

por Óscar Quirós.

Enigmática, bella, intrigante, seductora, rebelde, orgullosa e inteligente. Ante todo, la primera Duquesa de Pastrana fue una mujer adelantada a su época que embelleció, engrandeció e hizo prosperar a la, hasta entonces modesta, Villa de Pastrana y que animó, participó e influyó decisivamente en la vida política de la Corte Imperial de Felipe II. La biografía de la Princesa reúne los ingredientes de toda buena novela: Amor, belleza, poder, ambición, chantaje y crimen. La leyenda de sus amores con Felipe II ha sido muy utilizada en la literatura narrativa, en la novela histórica e, incluso, ha sido llevada a la gran pantalla pero, como parece demostrado en este pequeño apunte biográfico, carece de total fundamento.


Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, nació en el año 1.540 d.n.e., probablemente, en el Castillo del Infante Don Juan Manuel de Cifuentes (Guadalajara) y murió en 1.592 en el Palacio Ducal, que su abuela mandó construir en 1.543, en la Villa de Pastrana. Era, además, hija única de Diego de Mendoza, Príncipe de Mélito y nieto del poderoso Cardenal Mendoza. Don Diego se casó en 1.538 con Catalina de Silva, hermana menor del quinto Conde de Cifuentes.
Por su educación tuvo un carácter orgulloso, dominante e intrigante, pero estuvo muy influenciada por las continuas peleas entre sus padres, dado el carácter mujeriego de Diego de Mendoza, lo que la llevó a ser, también, irritable, voluble, rebelde y apasionada.
Hay muy pocas noticias constatadas de la breve infancia de Ana, únicamente se sabe a ciencia cierta que cursó estudios en Cifuentes en el Colegio de Doncellas del Convento de Nuestra Señora de Belén, que Don Fernando de Silva, su tíoabuelo y cuarto Conde de Cifuentes, mandó construir en el año 1.537 y que residió, alternativamente, entre el Palacio de sus abuelos en Alcalá de Henares y el Castillo de su tío en Cifuentes. Se cree, o se acepta, que fue en estos primeros años de vida cuando la futura Princesa perdió la visión de su ojo derecho, aunque tampoco hay acuerdo sobre la leyenda referente a este suceso. Unos, los más, dicen que lo perdió practicando esgrima en Alcalá de Henares - la esgrima era un deporte de muy rara práctica entre las mujeres, nobles o no, de la época - otros dicen que lo perdió de una pedrada jugando con los niños en su villa natal. Lo cierto es que este dato no es claro, quizás no fuera tuerta sino bizca y se tapara el ojo derecho simplemente por coquetería, para alimentar su intrigante belleza. Ciertamente, los cronistas de la época alabaron su hermosura, a pesar del parche que la adornaba. El caso es que cuando se desposó se la describe como que la novia era "bonita aunque chiquita" y esto si se puede constatar visitando la colección de trajes de la Princesa en el Museo de la Colegiata de Pastrana. Pero, si cierto es que era de baja estatura y muy fina, pero no menos cierto es que tan sólo era una niña de doce años cuando contrajo nupcias.
Como decía, Doña Ana, era una rica heredera y fue casada muy joven, en 1.552, con Don Rui Gomes de Silva (n. 1.516 - m. 1.573), un noble portugués veinticuatro años mayor que ella. Rui había venido a España acompañando a Isabel, futura esposa del Emperador Carlos V, y entró al servicio del, todavía, Infante Felipe de Habsburgo, ganándose su amistad y confianza, por lo que fue favorecido económica y políticamente, llegando a lograr, entre otros cargos, el de Secretario y hombre de confianza de Felipe II. Poco después, al servicio de Rui, entraría el aragonés Antonio Pérez del que hablaremos más adelante.
Con el favor de Felipe II, Gomes de Silva entroncó a través del matrimonio con la poderosa familia de los Mendoza. Como Ana era muy joven, y los Mendoza muy poderosos, la novia permanecería unos años en casa de sus padres hasta la consumación del matrimonio. Como regalo de boda, el padre de Ana les cedió el título de Condes de Mélito, permaneciendo Don Diego de Mendoza como Duque de Francavilla. Es en esta época, estando ya embarazada de su primer hijo, cuando Ana acompaña a su madre en 1.557 a la Corte de Valladolid y allí se producen nuevos escándalos entre su padre y su madre, el cual tuvo una hija bastarda, a la que llamó María de Mendoza, y, posteriormente, otra nueva amante. Nos cuentan que, en esta etapa de su vida, la Princesa "no hacía más que padecer y llorar", aunque también se decía de ella, en relación con su familia, "que tiene más seso que todos ellos", dando fe de su temprana madurez y carácter veleidoso.
El matrimonio de Ana y Rui se consumó ese mismo año pero no fue hasta dos años más tarde, al regreso de Flandes de Rui en 1.559, cuando, por fin, pudieron vivir definitivamente juntos. A lo largo de los trece años de feliz matrimonio, Ana y Rui tuvieron diez hijos, de los que sobrevivieron a su infancia tan sólo seis.
Utilizando magistralmente sus influencias en la Corte, Rui había logrado entretanto que su suegro fuera nombrado miembro y Presidente del Consejo de Italia en 1.558 y Virrey de Nápoles. Los puestos se eligieron principalmente con el objetivo de alejar lo más posible a Don Diego de su hija y yerno, incluso con el riesgo de provocar una revuelta en Italia dado su carácter extremadamente dictatorial y altivo.
Uno de los grandes sueños de Rui Gomes, truncado en parte por su prematura muerte en 1.573, fue el de lograr un poderoso señorío para sus hijos. Para lograr su empresa compró Éboli, en el Reino de Nápoles, a su suegro, nombrándole Felipe II, Príncipe de Éboli en 1.559. Luego adquirió las villas de Estremera y Valdeacerete, siendo nombrado Duque de Estremera, y para finalizar compró la Villa de Pastrana en 1.569, siendo nombrado en 1.572 por Felipe II, Duque de Pastrana con Grandeza de España.
Por lo tanto, Doña Ana de Mendoza y de la Cerda fue la primera Princesa de Éboli y la primera Duquesa de Pastrana manteniendo, además, los títulos de Condesa de Mélito, Duquesa de Estremera y Grande de España, lo que da una idea del poder que llegó a acumular en la Corte de El Escorial una vez enviudó.
En los cuatro años que restaron desde la compra de Pastrana hasta la muerte de Rui, se dedicó a mejorar y ampliar los cultivos, principalmente de moreras, en Pastrana y el fértil Valle de La Pangía. Ordenó traer a moriscos de Baeza - de ahí el nombre del Barrio del Albaycín de Pastrana - y de las Alpujarras granadinas que iniciaron una floreciente industria textil. Logró la concesión real de una feria anual con privilegios especiales, lo que atrajo a numerosos comerciantes y artesanos judíos - en esa época, conversos sin convicción cristiana. Fundó, junto a Ana, la Iglesia Parroquial de Pastrana, que luego elevó su rango a Colegiata, y favoreció la fundación por Santa Teresa de Jesús de tres conventos de Carmelitas en 1.569 - los de San José y San Pedro en Pastrana y el de Nuestra Señora del Monte Carmelo en el cercano Desierto de Bolarque.
Durante su matrimonio con Rui, la vida de Doña Ana alcanzó el máximo de estabilidad. Rui la trató y cuidó, seguramente por la diferencia de edad, más como un padre que como un marido, hasta su repentina muerte.
A partir de la desaparición de su esposo, su carácter, los problemas de la infancia ya contados y la falta de la única persona que le había dado estabilidad en la vida, hicieron que Ana tuviera una existencia problemática, pero apasionante.
Aunque el primer hijo de la pareja muriera de niño, su hija mayor, Ana, y tras varios intentos frustrados de casarla con el heredero al trono de Portugal, se casaría con el poderoso Duque de Medina-Sidonia. El siguiente, Rodrigo, heredaría el Ducado de Pastrana. Diego sería Duque de Francavilla, Virrey de Portugal y Marqués de Allenquer. A su hijo Fernando, ante la posibilidad de llegar a Cardenal, le hicieron estudiar religión pero, finalmente, éste escogió ser monje franciscano cambiando su nombre a Fray Pedro González de Mendoza, como su tatarabuelo el Gran Cardenal, y llegaría a ser Arzobispo de Granada, de Zaragoza y, finalmente, Obispo de Sigüenza.
Muerto Rui en 1.573, la Princesa trató de instalarse en el convento que había promovido a fundar con Santa Teresa en Pastrana: "¡La princesa monja, la casa doy por desecha!", dijo la abadesa, logrando que las carmelitas huyeran de allí trasladándose el convento a Segovia un año después. Cierto es que Doña Ana, llamada entonces Ana de la Madre de Dios, mantuvo en el convento una vida rodeada de sirvientas que atendían sus gustos y que esto suponía mantener una actitud muy poco acorde con el carácter sacrificado y riguroso que había impuesto la santa en su congregación.
Parece ser, además, que la Princesa no fue una buena administradora del patrimonio de sus hijos menores de edad. Tras abandonar el Convento, se lanzó a una vida de ostentación y derroche. Organizaba sonadas fiestas y llevaba un tren de vida que la obligaba a contraer deudas hasta el punto que esta situación llegó a oídos del Rey, que dudó de su capacidad para administrar los bienes familiares. Para complicar las cosas, su hijo Diego, - en su afán por lograr un heredero varón o por perjudicar a su única hija, no está claro -, tras morir su mujer Catalina en 1.576, se casó en seguida con Magdalena de Aragón, hija del Duque de Segorbe. Diego falleció en 1.578 dejando a su segunda mujer embarazada - para susto de su primogénita Ana, viuda por aquel entonces - pero la recién nacida murió a los pocos días de ver la luz.
Lógicamente, todas estas situaciones familiares afectaron al equilibrio emocional de la Princesa, que volvió a la Corte e intentó utilizar su poder e influencia para preservar la rica herencia paterna y los intereses familiares. Fue allí donde comenzó a utilizar su belleza, elocuencia y poder. Su enemistad a la Casa de Alba, la condujo a un acercamiento políticamente interesado con Antonio Pérez, nuevo secretario de Felipe II, que pronto se convirtió en su íntimo cómplice de intrigas palaciegas. Ambos conseguían fuertes sumas de dinero gracias al tráfico de influencias. Su buena posición en la Corte les permitía poner a la venta cargos eclesiásticos e, incluso, secretos diplomáticos a los enemigos de la corona en Flandes.
Descubiertos sus amoríos por Juan de Escobedo, amigo de Rui al que debía lealtad y Secretario de Don Juan de Austria - por aquel entonces Gobernador de los Países Bajos -, y ante la posible denuncia del mismo a Felipe II, aún a pesar de verse implicado en la venta de secretos, Doña Ana y Antonio Pérez tramaron una conjura contra éste. Argumentando que Escobedo estaba inmiscuido en una compleja intriga conspiradora contra Don Juan de Austria y su intento de casamiento con María de Estuardo, lograron el beneplácito del monarca para asesinarle en 1.578.
Una vez enterado Felipe II de los manejos políticos de Antonio Pérez y Doña Ana, de la comisión del delito de traición por la venta de información militar secreta a los rebeldes flamencos y de los intentos infructuosos de la princesa de casar a su hija con uno de los pretendientes al trono de Portugal, el Rey decidió precipitar su caída, mandándoles arrestar en 1.579. Felipe II ordenó desterrar a la Princesa: Primero, a un Torreón en Pinto, cerca de Madrid; luego a Santorcaz y, finalmente, al Palacio Ducal de Pastrana en 1.581. Acto seguido, en 1.582, Felipe II dicta despojar a Ana de la custodia de sus hijos y de la administración de sus bienes, nombrando para ello a un administrador.
Tras la fuga de Antonio Pérez a Aragón, de donde era originario, en 1.590, y temiendo que Doña Ana escapara con él, Felipe II mandó poner rejas en puertas y ventanas del Palacio Ducal de Pastrana. La Princesa se asomaba una hora al día por la reja que da a la plaza, que se llama desde entonces, la Plaza de la Hora.
No está tampoco muy claro el porqué de la mencionada actitud cruel de Felipe II para con Doña Ana, quien en sus cartas llamaba "querido Primo" al monarca y le pedía en una de sus misivas que "le protegiera como caballero". Sin embargo, aunque Felipe II se refería a ella en sus escritos como "la hembra" era, sin duda, un hombre de convicciones estrictas, severas y muy católico. A pesar de su probable sífilis y sus cinco matrimonios, nunca permitiría que la viuda de uno de sus amigos y hombre de confianza entablara amoríos y fuera comidilla de los pasillos de la Corte. Por otro lado, una simple muestra de arrepentimiento por parte de la Princesa, seguramente, le hubiera bastado al Rey para modificar su aptitud. Esto era sabido en Palacio, pero la arrogancia y rebeldía de la cautiva impidió a la Princesa implorar el perdón real.
La primera Duquesa de Pastrana morirá, en 1.592, atendida por su hija, Ana de Silva, y tres damas de servicio. Desde entonces, Ana y Rui permanecen enterrados juntos en la Cripta de la Colegiata de Pastrana.
Las intrigas palaciegas en vida, alimentaron la "leyenda negra de Felipe II" que afirma que la Princesa en su juventud fue la supuesta amante de Felipe II y de su secretario, Antonio Pérez, una vez que ésta enviudó.
De Antonio, que era seis años mayor que ella, probablemente lo fue, aunque no se sabe realmente si lo suyo fue una cuestión de amor, de interés político o la simple búsqueda de un apoyo que le faltaba desde que muriera su marido.
La leyenda dice, además, que el segundo Duque de Pastrana, era hijo de Felipe II. Esta situación era verdaderamente improbable ya que cuando fue concebido, Ana acababa de dar a luz y, por tanto, estaba en la casa conyugal. Mientras que Felipe II se hallaba de viaje de luna de miel con su tercera esposa, Isabel de Valois, de la que estaba realmente enamorado. Para terminar de desmentir esta supuesta relación carnal con el Rey, añadir que Doña Ana favoreció finalmente en la herencia a su segundo hijo Diego, frente al primogénito Rodrigo y, resaltar, que durante sus trece años de matrimonio engendró diez hijos, por lo que pasó la mayor parte del tiempo embarazada, por lo tanto, se debe asumir que surgió un fuerte vínculo amoroso entre los esposos a pesar de haber sido un matrimonio de conveniencia, lo que despeja la duda del adulterio durante su época matrimonial.
La leyenda de sus amores con Felipe II ha sido muy utilizada en la literatura, en la novela e, incluso, ha sido llevada al celuloide pero, como parece demostrado, carece de total fundamento.


Para saber más:

Bibliografía:
- Almudena de Arteaga. "La Princesa de Éboli". Ed. Martínez Roca. 1.998.
- Antonio Herrera Casado. "Las razones del Rey: Estudios en torno a Felipe II y la Princesa de Éboli". Ed. Aache. Guadalajara 2.000.
- Antonio Herrera Casado. "Pastrana. Una villa principesca". Ed. Aache. Guadalajara 1.992.
- Aroní Yanko. "La Princesa de Éboli: Intriga en la Corte de Felipe II". Ed. Libertarias. 2.000.
- Auguste Mignet. "Antonio Pérez y Felipe II". Ed. La Esfera de los Libros. 2.001.
- César Leante. "El bello ojo de la tuerta". Ed. Apóstrofe. 1.999.
- Gregorio Marañón. "Antonio Pérez". Ed. Espasa Calpe. 1.998.
- Henry Kamen. "Felipe de España". Ed. Suma de Letras. 2.001.
- Kate O'Brien. "Esa dama". Ed. Altaya. 1.997.

Filmografía:
- "La Princesa de Éboli" de Terence Young, 1.955.


(C) Óscar Quirós, 2.004

Artículo publicado en la Revista "Lago y Montaña", Número VI, editada por la Asociación Cultural "Lago de Bolarque", Almonacid de Zorita, 2.006.

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