miércoles, 31 de octubre de 2007

Egipto: El Imperio de los Sentidos






DEDICATORIA

"A mi padre... que se fue de este mundo sin darme tratamiento... ni recetas....
Este viaje era tu sueño... y yo lo he cumplido por y para ti. Te extraño."


Egipto:
El Imperio de los Sentidos



"En un libro que leí en mi infancia había un río que era grande como el mar. Un río que se bebía todo el agua del África Oriental dejando lleno de sed al desierto del Sahara. Y en su ribera sólo crecían pirámides, templos en ruinas y algunas palmeras: El Río Nilo."

Texto y fotografías: Óscar Quirós Romero


As-Salam Aleikum... Ya estamos aterrizando en El Cairo y esperando en las largas colas del Aeropuerto para poder sellar y pagar el visado de entrada en el país. La verdad es que en cualquiera de estas naciones los trámites de entrada son bastante lentos pero, además, en Egipto con los últimos atentados ocurridos contra turistas (el último fue hace cuatro años) la seguridad policial lo ralentiza hasta hacerlo desesperante. Y si para colmo tienes detrás un grupo de veinte coreanos intentando colarse, llega a ser exasperante.

Una vez sellado el pasaporte y registrada la cámara de vídeo que me acompaña, nos recibe Adel, el propietario de Atón Travel, nuestro corresponsal en Egipto. Su presentación es amable y educada como toda la gente que habita en este país. Me sorprende su correcto español.

Tras recuperar las maletas (excepto las de mi amigo Julio Eraso) nos trasladamos al Hotel Sonesta Cairo. Un excelente alojamiento de 5 estrellas situado en el centro de El Cairo, pero no junto al cauce del Nilo.

La verdad es que estoy deseando descansar para comenzar el viaje. Estoy sintiendo una sensación muy especial al pisar por primera vez la tierra de los faraones.

A lo largo de mi vida he visto decenas de documentales sobre este país. En el colegio, durante mi carrera de Turismo ya estudiaba en Historia del Arte a las culturas faraónicas. He programado Egipto para varios Tour Operadores españoles con más o menos acierto... pero, ya estoy aquí y tengo la terrible sensación que todo lo que me voy a encontrar a partir de ahora es absolutamente nuevo, distinto, diferente a todo lo que me he podido imaginar.

Una extraña sensación de ansiedad me invade. Tengo ganas de escribir y así consumo los últimos minutos de este agotador día.

Hasta mañana.


19 Mayo 2.000: El Cairo

Visitar la anárquica ciudad de El Cairo, o Al Qahirah (La Victoriosa), con sus 18 millones de habitantes (es la ciudad más grande de África) parece un verdadero laberinto caótico en el que se arremolinan gentes, automóviles y carros tirados por asnos en una frenética carrera a la que nadie parece poner fin.

Llena de puentes, agujereada por cientos de túneles y rodeada por mil autovías con tres y cuatro alturas, nadie puede explicarse porqué Cairo sigue siendo el destino soñado por los agricultores más pobres del Bajo Egipto.

Casas desconchadas y sin ventanas, tejados sin vierteaguas y vigas con hierros oxidados conviven entre palacetes coloniales de la época británica y edificios oficiales donde para poner un sello o pedir una autorización puede costarte entre tres y siete horas.

El ruido del claxon de los coches y el alto grado de contaminación convierten a El Cairo en un lugar de simple paso, una ciudad a la que llegas para salir corriendo y visitar el resto del país, más calmado, bello y enigmático que la gran urbe del caos.

La aglomeración es tal que cerca de 250.000 familias han acondicionado las tumbas de sus difuntos para residir sobre ellos. Esta barriada conocida como "la ciudad de los muertos" y en la que se da el mayor nivel de pobreza de la ciudad se levanta bajo la Mezquita de Saladino. La costumbre árabe de enterrar a sus muertos y realizar una pequeña habitación sobre ellos para orar y hablarles del más allá entre versos del Corán ha llevado a los emigrantes más humildes del Bajo Egipto a instalarse aquí, provocando un enorme ghetto destartalado y lleno de delincuencia.

Subimos a bordo de un moderno autobús que nos conduce al Museo Arqueológico de El Cairo. El tráfico es horrendo y eso que hoy es viernes, el día festivo de los musulmanes. Los golpes leves entre coches que se despiden lateralmente, el sonido de los claxon, la ausencia de faros e intermitentes y los alocados conductores que dirigen su automóvil bajo el lema "Apártate o muere" hacen que cada trayecto por esta ciudad no sea apta para corazones delicados.

Llegar al Museo Egipcio a primeras horas de la mañana es algo inaconsejable. La jauría de turistas recorriendo sus salas y plantas bajo las escasas y rápidas explicaciones de un guía, se me antoja negativo.

El Museo bien merece una visita pausada de, al menos, un día completo (Es como tratar de ver el Museo del Prado de Madrid en hora y media). Bien es cierto que, además, este edificio es lúgubre, desordenado y poco adecuado para la increible colección de piezas que alberga.

Más de 100.000 !!!

Incluyendo los tesoros de Tut-Ankh-Amon, donde todo el mundo se arremolina dejando de lado bellísimas reliquias como una pequeña estatua de ocho centímetros de alto que es la única imagen que se conserva del faraón Kheophs, el constructor de la gran pirámide. (Aunque según he leído en la edición española de la gran revista National Geographic de Agosto 2.000, acaban de encontrar una cámara funeraria intacta que podría contener la barca de la vida y otros objetos del faraón !!!)

Muchas veces lo que es realmente importante, se convierte en anecdótico por las prisas del guía para llevar a su grupo tras un paraguas al mercado para ganar comisiones. Y esto, resulta decepcionante.

En esta nave industrial, no se merece llamar de otra forma, se esconden tesoros, estatuas, bajorrelieves y vitrinas colmadas de cientos de objetos de arte. Ilustra de forma real los más de 2.500 años de arte de los tres grandes Imperios del gran Egipto.

Tras la visita nos trasladamos al "Escarabajo" un restaurante flotante que ofrece un mediocre buffet a los turistas mientras navega por el Nilo, que a pesar de su suciedad no deja de ser un bello río que parte a la Ciudad Victoriosa en dos.

Desde el muelle se pueden avistar los más bellos hoteles de la ciudad y las humildes embarcaciones de vela latina navegando con turistas a bordo.

Ya resarcidos de comer y beber nos dirigimos a la Ciudadela de Saladino, una fortaleza construida por el famoso emperador que alberga la gran mezquita de minaretes y cúpulas conocida como la Mezquita de Alabastro y que predomina en lo alto de la ciudad.

En el camino cruzamos varios barrios residenciales que alzan sus casas junto a las más miserables edificaciones que uno puede imaginar. Ladrillos, vigas, alambres retorcidos y calles sin asfaltar o alcantarillar se ven rodeadas de puentes, excalectric de dos o tres alturas y nudos de comunicaciones desbordados de coches destartalados "tocando el pito". El caos dentro de la más humillante forma de vida que yo haya visto jamás.

Antes de llegar a la Mezquita vemos a nuestra derecha un acueducto árabe que aún sigue surtiendo de agua contaminada del Nilo a las fuentes de la Mezquita de Saladino.

Junto a nosotros aparece la "Ciudad de los Muertos" que entre ladrillos de adobe oculta las miserias que el gobierno de Mubarak no quiere enseñar a los turistas que se desplazan a Egipto.

Llegamos por fin a la Ciudadela. Una fortaleza amurallada y una puerta con militares y los estandartes de Misr (Nombre con el que se designa aquí a Egipto) nos abren las puertas a los jardines de la Mezquita, previo pago de 20 libras egipcias. Aquí si me dejan entrar con la cámara para fotografiar su interior sin pagar y a las mujeres que nos acompañan las hacen cubrirse con una túnica verde para ocultar o disimular sus encantos respetando la tradición coránica de taparse el pelo y las piernas.

¡Hale Óscar! A descalzarse, lavarse pies y manos.

La curiosidad y mis informaciones previas me decían que las mezquitas eran un lugar de culto semi-secreto, acallado y restringido.

Mi sorpresa es que las familias árabes vienen a pasar aquí el festivo viernes con sus hijos, correteando felices por el templo y sacando fotos a este lugar de peregrinación sin el menor pudor. Las sonrisas y las caricias entre rostros felices por estar bajo protección de un benévolo Allah son habituales y no se ocultan.

La presencia de occidentales es bien recibida siempre que se guarden las formas y respetemos que estamos en un lugar sagrado, aunque no rezáramos.

Cuando los muacines llaman a la oración desde los minaretes (los musulmanes tienen la obligación de rezar cinco veces al día), los árabes se postran en el suelo de rodillas con la frente apoyada en el suelo en dirección a La Meca y murmuran frases coránicas imposibles de entender. Los más fieles tienen, incluso, una mancha en la frente de apoyarla en el suelo.

Curiosamente, el Corán autoprohibe su traducción a otros idiomas. Así que el que quiera leerlo debe aprender la lengua árabe. ¡¡¡Con lo que me gustaría a mi conocerlo profundamente... !!!

La enorme cúpula de alabastro y la exuberante lámpara que cuelga de la linterna de la Mezquita merecen admiración. Los árabes construyen edificios espartanos en su exterior, pero su interior está lleno de belleza, riqueza, repujados en yeso, mármoles y extensas alfombras de origen persa. El agua estará siempre presente en alguna fuente, como aquí, o en enormes jardines canalizados como el Generalife en la "siempre guapa" Granada. Su culto a Dios y al amor hacen que su literatura medieval sea de lo más bello que uno pueda leer.

En el exterior de la Mezquita se abre un patio lleno de negras celosías de hierro fundido. La fuente de enmedio deja caer el agua que llega del acueducto. Y tras el patio un inmenso mirador sobre la ciudad de El Cairo. Desde aquí, los días que no hay calima se pueden divisar las tres pirámides de Gizá.

Hoy he tenido suerte y no sólo veo Gizá sino también, a mi izquierda donde termina la ciudad, otras cuatro pirámides menores al fondo.

Nuestro paseo por El Cairo continúa y tras treinta inquietantes minutos de continuo atasco llegamos al Mercado de Khan-el-Khalili.

Si Egipto significa caos, Khan-el-Khalili lo define en una sola foto.

Una inmensa calle estrecha se abre entre bazares que ofrecen desde las bragas que llevaba mi abuela, hasta CD's con el último grito en música árabe. Michael Jackson también es apreciado pero no es lo más "IN" del momento. Dentistas con caries, abogados sin ley y muchas terrazas donde tomar un té o una coca-cola se agolpan en la calle que a pesar del enorme número de peatones, son transitadas por burros tirando de carros y auténticos "asnos" conduciendo coches, tirando puestos, golpeando levemente a los transeuntes y, como no, haciendo sonar su claxon.

Los tenderos te avasallan invitándote a entrar en su tienda y ofreciendo camellos a cambio de las mujeres que nos acompañan.

Frases como:

- Ma fish, ma fish! – No tengo nada para ti !

- Uskut ! - Cállate !

- Imshi, Imshi ! - Lárgate de mi vista !

son imprescindibles para navegar en este mar de empujones y acosos. Ven al jawaya o turista extranjero como una sustancial fuente de ingresos al que sacar un sobresueldo con precios inventados o con etiquetas con numeración árabe para hacerlos ininteligibles es fácil.

Aquí todo tiene cinco precios:

El inicial; los dos del regateo; el precio final del regateo y... el precio para los árabes.

Así, tras una cerveza sin alcohol (fuera de los hoteles y barcos no se encuentra nada con alcohol) nos dirigimos al Hotel Cairo Sheraton a cenar y visitarlo. El hotel es muy correcto, en España tendría 4 estrellas y no 5, pero su vista desde la terraza de la ciudad y el Nilo es bellísima.

La cena es exquisita. En Egipto generalmente se come muy bien. Pero la cantante que nos "ameniza" es demencial. Casi nos "atemoriza".

Así que de vuelta a nuestro hotel, Isabel y Leonor se quedan tomando una copa conmigo en una sala de espectáculos que hay en la planta baja donde se escucha música árabe de discoteca en directo. Y así pasó la noche.


20 Mayo 2.000: El Cairo - Aswan - Philae - Poblado Nubio.

¡¡¡ Ring Ring !!! A eso de las cinco y media de la mañana nos despertaron en la habitación.

¿Adivina quién bajó el último...?

Ramadán me sonreía mirando su reloj y haciendo pequeños movimientos con su pie derecho mientras mis compañeros de viaje subían al autobús que nos conduciría hasta el aeropuerto para volar a Aswan.

Algunos de ellos se quedan en Aswan descansando mientras nosotros continuaríamos el vuelo hasta Abu Simbel.

Casi novecientos kilómetros separan El Cairo de Aswan y unos 1.120 hasta Abu Simbel, casi en la frontera con Sudán.

La verdad es que en avión no se notan nada... Tras sobrevolar El Cairo y sus pirámides el aparato se interna en el árido desierto saharaui. A estribor se divisa el litoral de la Península del Sinaí y las azules aguas del Mar Rojo. A la derecha el desierto impenetrable.

Cuando más seco y estéril parece todo y crees que bajo tus pies sólo hay arena y caravanas de camellos... aparece el inmenso Lago Nasser.

Es hora de aterrizar.

El aeropuerto de Aswan es como un moderno búnker de hormigón y cristal. Parece más una base militar que un lugar destinado a recibir y despedir turistas.

El calor es sofocante y nos comunican que, al parecer, hay problemas de plazas en nuestro vuelo de continuación a Abu Simbel.

Abu Simbel es uno de esos lugares donde uno se siente privilegiado al viajar.

Situada junto al Lago Nasser en la frontera con el misterioso y bélico Sudán. Un país rico pero envuelto en una tan larga como absurda guerra civil.

Allí se encuentra el gran templo de Abu Simbel donde el más solemne Ramsés II comparte el puesto de honor junto con los dioses Amón, Ra-Harakhte y Ptah. En su entrada excavada en la roca caliza, cuatro enormes colosos de 21 metros de altura con la faz del Faraón vigilan la entrada al sancta-santorum situado a 64 metros de profundidad.

El templo significaba para el viajero procedente de Nubia, "la Tierra del Oro", la puerta al Gran Imperio Egipcio. Y su monumentalidad podía ser explicada como un aviso a los ejércitos del Sur del enorme poder y la grandeza del Faraón.

La UNESCO colaboró con el gobierno egipcio en el desmontaje y traslado de los 1.305 bloques de piedra para evitar que fuera engullido por las aguas del Nilo tras la construcción de la presa de Aswan.

El desmontaje, clasificación de bloques, traslado de las 15.000 toneladas de piedra y la reconstrucción del templo llevó cuatro años.

Mientras mi mente estaba frente a los colosos y pese a los esfuerzos de Rabie, nuestro guía, nos confirman que no tenemos plazas de avión. Así que rebautizamos Abu Simbel como "Abu Sin Ver..."

Decepcionados, decidimos alterar el programa de viaje y dirigirnos hacia la gran presa de Aswan.

Esta enorme obra de ingeniería fue llevada a cabo por el gobierno de Nasser, el primer presidente de la República Egipcia.

Nasser era un joven militar cuando accedió al poder tras un golpe de estado que derrocó al Rey Faruk, una dinastía de origen turco que gobernaba el país con un alto índice de corrupción y despilfarro provocando unas enormes diferencias sociales.

Entre sus mayores ambiciones se encontraban tres logros:

Una reforma agraria que devolviera la propiedad de las tierras a los cultivadores de la ribera del Nilo.

Una reforma educativa para combatir el alto índice de analfabetismo.

Y la construcción de la gran presa de Aswan que liberaría al país de las tres crecidas anuales del Nilo, favoreciendo el establecimiento de nuevos regadíos y asentamientos en su ribera.

Tras llamar a la puerta de varios países europeos y de los Estados Unidos de América solicitando ayuda económica y tecnológica en la creación de la presa... únicamente la extinta Unión Soviética colaboró en la subvención del proyecto.

El Lago Nasser embalsa cientos de millones de metros cúbicos de agua y tiene una longitud de 148 metros de largo.

Por descontado, la presa es un alto secreto militar. Si llega a ser destruida hoy, tal y como amenazó Sadam Hussein durante la Guerra del Golfo, las aguas del Nilo cubrirían la práctica totalidad de la nación llegando, incluso, a Israel. Así se que enseña tímidamente y, por supuesto, está totalmente prohibido el acceso a las turbinas.

Por cierto, están funcionando en este momento y están soltando agua. Rabie me dice que esto sólo sucede cada dos años.

Desde el lugar donde estoy apostado, rodeado de bellos sauces con una característica hoja rojiza se divisa la antigua presa construida durante el protectorado británico. Una presa que era insuficiente ya que el Nilo la desbordaba por encima anegando los campos de cultivo y las ciudades. A mis espaldas, el Lago Nasser, Sudán, el Desierto de Nubia y el Templo de Mandulis en Kalabcha.

Proseguimos en autobús cruzando la antigua presa británica. Desde aquí si se aprecia la diferencia de nivel del cauce del Nilo y la magnitud de la obra del General Nasser.

El Nilo, tras sus 6.000 kilómetros de recorrido por el continente africano (de los que sólo 1.400 se producen en territorio egipcio), arrastraba montones de sustancias orgánicas y minerales que se iban depositando en estratos a lo largo de río, fertilizando con sus tres crecidas anuales las tierras de cultivo. Esta capa generadora de vida es conocida como "limo" y su desaparición está provocando el uso de abonos químicos (con la consiguiente alteración del eco-sistema del río) y la pérdida de fuerza del Delta que se ve, además, constantemente atacado por los embates del agua salada del Mar Mediterráneo, esterilizando un suelo rico que, durante milenios, favoreció el nacimiento de la civilización faraónica.

Además, la creación del Lago Nasser por inundación provocó no sólo la pérdida de decenas de templos menores sino también la anegación de las tierras donde los nubios llevaban asentados durante varios milenios viéndose obligados a desplazarse al Norte de la nueva presa.

¿El progreso en la "tierra de la otra vida"?...

En breve, llegamos hasta un pequeño puerto fluvial donde se toma el transbordador que nos acerca a la Isla de Agilka, (En griego clásico "agios" significa isla y en el Egipto antiguo ka era el alma, el doble del difunto.) lugar actual de emplazamiento del Templo de Philae.

Philae es un precioso templo grecorromano que hubo de salvarse también de las aguas, construido por los faraones ptolemaicos en honor a Isis, hermana y, a la vez, esposa de Osiris.

Posteriormente, el Emperador Trajano, (ese romano de Córdoba...) mandó construir un templete que, aunque quedó parcialmente inacabado, es enormemente bello y es conocido como "el kiosko de Trajano".

Rabie nos explica la ubicación anterior del templo. Todavía podemos ver los restos de una urna metálica con la que hubo de ser rodeado antes de liberarlo del agua.

La obra de salida, secado y reconstrucción llevó cerca de ocho años.

Aquí ya podemos ver las diferentes agresiones que han sufrido durante miles de años estas magnas obras.

Algunas de las figuras están picadas por los "coptos", una secta cristiana separada de las iglesias católica y ortodoxa y que, actualmente, es practicada por el 18% de la población de Egipto, utilizando los templos como lugar de refugio ante las persecuciones del pasado.

En el sancta-santorum encontramos también marcas de las cruces coptas sobre las columnas ya que utilizaban este lugar como altar para sus misas clandestinas.

Los franceses dejaron también sus huellas cuando las tropas napoleónicas invadieron el país haciendo agujeros en las paredes con bajo-relieves para atar las riendas de sus caballos, grabando sus nombres sobre los bellísimos dibujos grecorromanos. Y, finalmente, las aguas del Nilo que al cubrir el templo en su totalidad durante años hicieron desaparecer las pinturas que originalmente cubrían los hueco-grabados.

Aún así, ni su discreto tamaño en comparación con los templos del Imperio Antiguo, ni su nueva ubicación, le hacen perder un ápice de su belleza. La tranquilidad de las aguas del Nilo hacen que el templo se refleje sobre su superficie permitiéndome hacer una de esas fotos que bien vale un póster.

Regresamos ya a Aswan no sin antes hacer un pequeño trueque con los niños nubios que asaltan a los turistas solicitando mecheros, bolígrafos y otros bakshish o, directamente, dinero a cambio de galabiyas, turbantes y figuras de falso alabastro. ¡¡¡Ojito, que algunos se dejan hasta el reloj!!!

Así que directos a la nave. Estoy deseando embarcar y darme una refrescante ducha.

Abordo fuimos recibidos amablemente por los altos mandos de la tripulación que nos enseñaron la moto-nave en su totalidad con orgullo. No es para menos. La M/V Radamis II es el barco más lujoso y moderno que surca hoy las aguas del Nilo.

Por la tarde, decidimos alquilarnos una faluca para conocer mejor al olvidado pueblo nubio.

Navegar a vela sobre el Río Nilo se me antoja algo inolvidable y recomendable para cualquier viajero que desee conocer la realidad de sus gentes lejos de las, siempre masificadas, zonas turísticas.

Nubia, "la Tierra del Oro", es un antiguo país a caballo entre Egipto y Sudán. Toda su vida y cultura van ligadas íntimamente al discurrir del gran río. Apagada su consciencia colectiva durante décadas, los nubios vivieron, con la construcción de la presa de Aswan, un renacimiento como pueblo, a pesar de que sus territorios más queridos hoy están anegados por el Lago Nasser.

No existe en el mundo un río que conecte gentes, vidas, modos tan dispares, opuestos y, a la vez, tan próximos a nosotros.

El Nilo une el Mar Mediterráneo, nuestro Mare Nostrum, con el corazón más profundo, más ignoto de la tierra más ajena: el corazón del continente africano.

Nubia abarca desde la primera catarata del Nilo en Aswan hasta la cuarta catarata al Norte de Sudán, 900 kilómetros río arriba.

En la actualidad Aswan es su única y gran ciudad. Sea cual sea la dirección que uno llega a ella, Aswan es un espejismo hecho realidad. La atmósfera de la mañana sobre el valle es como un bálsamo luminoso y cristalino, el azul del Nilo limpio y transparente (en contraste evidente con la suciedad del Nilo cariota), los pequeños poblados nubios acurrucados en las orillas, islas y recodos del río parecen pintados con tonos pastel sobre un lienzo rescatado de antaño.

Parece lógico que durante la invasión de los británicos del África Oriental y, más regresando de las áridas inmensidades del Sudán, vieran en la exquisita belleza de Aswan un oasis repleto de agua y mercaderes donde reponerse y abastacerse.

Aswan es un alto en el camino, un lugar de descanso, la puerta al antiguo Egipto faraónico y ptolemaico, el marco ideal para añorar a la lejana Europa.

El río está salpicado de falucas cuyas blancas velas latinas rompen el manso espejo de las aguas como sábanas en serena flotación. Es una señal feliz para los nubios. Significa que hay turistas en el río, que tienen trabajo ese día. En Aswan la mayoría de ellos viven del turismo... esa profesión tan degradada últimamente en nuestro país y que significa nuestra "primera" fuente de ingresos.

En faluca te llevarán al Mausoleo de Aga-Khan, a visitar los inaccesibles tumbas (hipogeos) de la VI dinastía, a Isla Elefantina y su jardín botánico o a algunos de los bellos poblados nubios que lindan con el Nilo.

La puesta del sol, la paz, la hermosura y la nobleza del río que un día les dio vida y que hoy anega sus más preciadas tierras y cementerios nos lleva a un poblado diminuto junto a Elefantina.

Los nubios son un pueblo del tronco sudánico. En Egipto se dividen en dos grupos lingüísticos: Kenzi y Fedija, dos lenguas de la familia nilótica-sahariana con las cuales, sorprendentemente, no se entienden entre ellos. Para esto, utilizan el árabe, su idioma común.

Comparados con sus vecinos los sayidis, los árabes actuales de tierra y azada, se puede decir que por las arterias de los nubios corre sangre de príncipes. Una mezcla privilegiada de elegancia africana y aristocracia semítica, cuya propia y refinada civilización se enfrentó, cara a cara, con el Egipto faraónico. Pero esa imagen de realeza virtual les ha servido de poco. Constantemente amenazados y ocupados por imperios colindantes más fuertes que añoraban su oro. Pero su peor enemigo ha terminado siendo el progreso: La nueva presa de Aswan.

Con la construcción en 1.960 de la presa, no sólo los invadió para siempre superándolos en número, sino que la mitad de su territorio quedó ahogado bajo las aguas. Pero esta humillación no borró la huella y la presencia de esta raza históricamente vapuleada e inmemorial.

Grupos de muchachos ataviados con sus galabiyas de blanco inmaculado obligado en su pueblo, se pasean por la corniche diferenciándose de la gente como los ibis con su vuelo distinguido y suave. Mujeres árabes enfundadas por completo en negro regresan juntas del mercado llevando con parsimonia las compras sobre la cabeza. Ellos te saludan ofreciendote miles de objetos siguiendo la costumbre egipcia de gritar al jawaya o extranjero lo primero que se les ocurra pero, a diferencia de los árabes, los nubios te miran con una mueca de superioridad, incluso de burla.

La mujer nubia casi nunca dirige la palabra a un blanco y, con la requerida reserva, a un árabe.

Las consecuencias derivadas del turismo han afectado a la sociedad nubia de Egipto tanto como su imparable arabización. Aunque el nubio sea maestro o funcionario está dispuesto a servir al turista fuera de horas ya que en dos jornadas con nosotros pueden, perfectamente, igualar el salario de un mes.

El nubio egipcio es por naturaleza poco dado a la labor manual o al trabajo en el campo. Cultivan sus huertas para dar de comer a su clan, pero si dispone de tierra suficiente para sacarle un provecho, se la alquilará a los árabes para que la trabajen. Si tiene que construir una casa dejará que los sayidis se la levanten. Si quieren comer pescado irán al mercado de Aswan a comprárselo a los musulmanes que lo habrán pescado frente a su casa la noche anterior. Las mujeres pasan el día en sus casas pintadas en tonos pastel haciendo pan o minuciosos trabajos artesanales para ofrecer al saeh despistado que, como un servidor, se deja ver por su poblado.

Con suma amabilidad te enseñan su hogar, te invitan a una coca-cola y te hablan de una escritora americana que pasó tres meses conviviendo con ellos y publicó un libro con su foto. Sus hijas se ríen escondiéndose curiosas por los rincones de la casa de adobe pero sin dejar de asomarse y cuchichear entre risas. Finalmente, una de ellas, bellísima, me permite que le haga una fotografía a su dulce sonrisa.

Los niños juegan sobre pequeñas barcas en el río chapurreando canciones a los diferentes turistas. Cuando vieron que yo era español entonaron "la Macarena" ganándose unos dulces caramelos que portaba Natalia: la moça más fermosa de Talavera que yo jamás non viere.

Al caer la tarde, cuando la luz azulada impregna de eléctrica nostalgia, el valle, los pueblos se despiertan con la vuelta de los hombres a casa.

Es hora de regresar al barco en la faluca entonando "O-ale-ale", la canción de bienvenida al mundo de los nubios y mojarme el cabello con la siempre fresca agua del Nilo. Un refrescante bautizo ritual que tengo costumbre de realizar cuando navego sobre aguas sagradas.

Salam sukram. Gracias.

A bordo ya de la Radamis II tuve tiempo de ducharme y tomarme una cerveza anotando en mi cuaderno algunas notas antes de la deliciosa cena, donde dimos una pequeña sorpresa de cumpleaños a Leonor. Un encanto de mujer que viajaba con nuestro pequeño grupo de españoles.

Por la noche, decidimos dar un paseo en la calesa por la corniche hasta el mercado y, posteriormente, fumarnos una shisha. La tradicional pipa de agua árabe. El tabaco lo venden en las terrazas donde los hombres lo fuman relajándose entre la espesura del humo. Conocido como narguile tiene dos variedades: La primera es una mezcla de tabaco y esencia de manzana. La otra, más fuerte, se mezcla con melaza.

Aswan es un divertido mercado, menos agobiante que Khan-el-Khalili y más colorido. La Sunt de los tiempos remotos, la Syene de los faraones ptolemaicos, siempre fue, en muchos sentidos, la última parada del mundo conocido, pero también, el punto de partida y llegada para muchas expediciones que se adentraban en África trayendo oro, plata, pieles y esclavos.

Los coptos la llamaron Suan, que significa comercio, y de aquí deriva el nombre actual.

El clima de acción, truque e intercambio, flota todavía en el ambiente cuando recorres su calle principal llena de bazares, tienduchas y puestos de agua y coca-cola.

La gente de Aswan, siempre más próxima al Sudán que al Bajo Egipto, aún recuerda la época en la que los sudaneses abastecían a este país de artículos muy preciados. Frutas tropicales, marfiles, piedras y minerales preciosos llegaban en profusión.

Es hora de regresar al barco y descansar sobre la cubierta.

El sonido de los muacines recordando que es la hora de la oración y las notas del "Concierto de Aranjuez" que suena tenuemente sobre la nave, nos recuerdan que se va acercando el momento del retiro y del descanso.


21 Mayo 2.000: Aswan – Kom Ombo – Edfú – Esná

La enorme luz que entra por el ojo de buey consigue hacer, por una vez, que yo despierte. Al abrir los ojos y dirigir la mirada al ventanal, descubro que la nave discurre entre palmerales salpicados por minúsculas casas rurales de adobe desperdigadas sobre la orilla del Nilo. Me siento como esos primeros aventureros que se adentraban en el corazón del África profunda. Me parece que mi barco se llama la "Reina de Africa" o que soy el protagonista de Mogambo...

Así que, mientras desayuno, el "African Queen" comienza a realizar las maniobras de atraque en Kom Ombo.

Desde cubierta se divisa perfectamente el Templo que se levanta majestuosamente a la derecha de la ciudad moderna. El templo, dedicado a los dioses Sobek y Hareoeris, está situado sobre una colina (kom en árabe) desde donde se contempla un gran meandro sobre el río. Aquí, antaño, se edificó la ciudad de Ombos de la que no quedan restos visibles salvo su templo. Éste fue eregido durante la época ptolemaica y conserva una pequeña capilla donde se adoraba y, todavía se puede admirar, a cocodrilos momificados.

Empleados nubios restauran con lentitud y esmero las pinturas perdidas con el paso del tiempo. Otros cincelan columnas y bloques de piedra con delicados golpes de martillo tal y como hacían sus ancestros hace más de 3.500 años. Fuera del templo y mirando sigilosamente al río, hay un enorme pozo que los faraones mandaron construir para medir las crecidas del río. Con el nilómetro no sólo controlaban las tres inundaciones, sino que también servía para, al terminar la época de cosecha, poder enviar a sus sirvientes a recaudar impuestos a los agricultores.

Todavía dentro del recinto, observo una estatua sedente de mármol blanco que, sin duda, pertenece al período de la invasión romana. Aunque no conserva su cabeza si su majestuosidad y los rigurosos cánones de belleza clásicos asumidos por la influencia griega en el arte romano.

Tras ella, cuatro o cinco sarcófagos de unos dos metros de longitud y escasa altura donde se enterraban los restos momificados de los enormes cocodrilos nilóticos que, aquí eran adorados como representación del dios Sobek. Junto a éstos, a la derecha, una pequeña capilla de piedra conserva aún los restos de dos cocodrilos perfectamente mantenidos después de dos mil años de momificación.

Me parece increible.

Sedientos partimos hacia Edfú. Son las diez y media de la mañana y el sol ya es castigador. Así que al barco, a la piscina y, tras el chapuzón, al bar de cubierta.

Wahet bira !!! – Una cervecita.

¿Stella? - ¿Stella?

Local, Sukram. – Stella local, gracias. (Es la más económica)

A mediodía y cuando Amon-Ra nos hace más insostenible esta deshidratada vida, arribamos a Edfú. Una fila de calesas nos aguarda para conducirnos por una amplia avenida llena de tiendas y viviendas desabigarradas hasta su templo.

Sin duda el templo de Edfú, aunque pequeño en tamaño, es el mejor conservado de todo Egipto. Pero, al igual que Kom Ombo, fue construido por los ptolomeos, la última dinastía faraónica que gobernó hasta la muerte de Cleopatra. El templo fue elevado en honor de Horus, el gran dios del cielo cuyo poder era encarnado en la tierra por el faraón en persona.

El templo de Edfú está construido en arenisca. La entrada estaba presidida por dos estatuas de basalto negro en forma de halcón que representan a Horus. Hoy, únicamente queda una. Su sala hipóstila (la sala de columnas) mantiene todas las vigas del techo !!! (Es la primera vez que veo una sala hipóstila completamente cubierta y conservada) pero sus pinturas desaparecieron gracias a la acción del humo de las hogueras realizadas por los coptos durante su ocupación en clandestinidad. Sin embargo el acabado de los bajorrelieves es perfecto y da cuenta de la espiritualidad de este pueblo cuando ya comenzaba su decadencia.

Junto al sancta-santorum un anciano nubio en cuclillas sostiene un plato plateado reflejando sobre el altar la escasa luz solar que del techo entra por un calculado orificio.

Propinita a Abdulhá, el árabe conductor de la calesa y al barco, que el calor es axfisiante, (debemos rondar sobre los 45 o 50 grados de temperatura...) y la botella de agua cuesta unas 850 pesetas (4'5 U$D = 5 Euros)

Así, mientras navegamos hacia Esná, la tripulación de la Radamis II comienza a desmontar la cubierta del barco. El techo del buffet, las sillas plegables y la antena que sostiene el radar desaparecen rápidamente ante la mirada atónita de Julio y mía.

En la lejanía vemos un gigantesco puente y decidimos dirigirnos a proa para grabar el suceso y vivir una nueva experiencia.

Un enorme puente que atraviesa el Nilo de orilla a orilla se va acercando y toda la tripulación se agacha en cubierta excepto uno que sostiene un fino y largo palo de madera.

El barco no disminuye su velocidad pero se me antoja que algo está pasando.

El puente de acero se acerca, más y más, amenazante. Parece que vamos a chocar contra él.

Nos protejemos bajo la varandilla del balcón de proa.

El barco pasa bajo el puente de milagro mientras zumban nuestros oidos por el aire y el tripulante mide la diferencia de altura con el palo.

¡¡¡Vaya forma de calcular la crecida del río!!! – exclamamos Julio y yo.

¿Y si llega a ir el río un metro más alto? – nos preguntamos mientras se ponían de pie los tripulantes que iban a volver a montar la cubierta.

Ahora si me explico porque los barcos del Nilo son cuadrados y tienen 15.000 toneladas como máximo. ¡¡¡Pueden ser más largos, más lujosos!!! ¡¡¡Pero no más altos!!!

¿Y el día que tengan que soltar agua en Aswan, qué hacemos?

Muchas preguntas se nos acumulaban a Julio, hijo de un marinero mercante y ex compañero de trabajo y a mí sobre la rústica, pero efectiva, seguridad de la navegación en estas aguas.

Atardece. La nave avanza en calma. El viento aparente hace más llevadero este clima extremo. El cielo se llena de tonos violáceos, añiles y amarillos cuando a estribor diviso el perfil de los minaretes que sobresalen en el horizonte. Hemos llegado a Esná.

Mientras el barco realiza la maniobra de aproximación, los cheikh llaman a la oración y la ciudad calla con ferviente respeto.

- ¡¡¡ ALLAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaH !!!

Julio y un servidor estamos en proa viendo el atraque. De repente aparece un tripulante y desde el puente de mando lanza una especie de enorme clavo de un metro de altura contra el muelle rompiendo con estruendo la armonía de la tarde. Al minuto cae un enorme mazo. Y acto seguido un árabe comienza a clavar destrozando el adoquinado portuario.

Nos miramos con una sonrisa cómplice. Esná es uno de los principales puertos del Nilo. A medio kilómetro se encuentra la gran esclusa por lo que es parada obligatoria de tránsito y... ¡¡¡ No existen norays !!!

¡¡Maaleesh!!, ¡Qué desastre de país!!!

Así, riéndonos fue como terminamos de organizar lo que iba a ser el evento de la noche: La gran fiesta de disfraces.

Un faraón (Julian) de color rosa, una faraona (Leonor) coronada con un cesto de frutas, un médico (Julio) especialista en impotencia e inapetencia sexual y tres sensuales bailarinas (Natalia, Isabel y Raquel), tratarían de reanimar la delicada situación del faraón. Tras varios intentos desesperados aparece una bailarina (Tomás) travestida y el faraón despierta conquistando el Alto y el Bajo Imperio...y cautivando a un público de viudas y solteronas británicas entradas en la cincuentena que aplaudían como locas a la nueva y "sensiblona" reencarnación de Amon-Ra.

Así que, después de grabar el espectáculo (nunca mejor dicho) decidí tomarme un roncito de (4.000 ptas / 23 U$D / 24 Euros) con esos precios prohibitivos que sólo en Egipto saben poner mientras bailaba música árabe de estilo hip-hop. Así que a mover el esqueto y "livin' la vida loca".

Fuera, en cubierta, la diosa Nut nos envolvía en su manto de estrellas mientras en Esná cesaba la actividad de su corniche.

Ya es hora de dormir y mañana tenemos un duro día de visitas.


22 Mayo 2.000: Esná – Luxor – Karnak

Amanece. Son casi las seis de la mañana y los cuatro madrugadores que queremos ver el paso de la esclusa subimos a cubierta.

Soltamos amarras.

La Radamis se va despegando lentamente del muelle, no sin antes recuperar el "clavo" que hace las veces de noray. Lentamente avanzamos hacia la presa hasta quedar encajonados frente a una puerta hermética de acero.

A ambos lados del barco dos sayidis trincan y zafan amarras para que la nave se posicione correctamente sin golpear el casco contra los laterales de la esclusa.

De repente, la compuerta trasera se abre liberando los seis metros de altura del agua que supone el desnivel del río antes y después de la presa. El agua sobrante anega dos pozos laterales mientras las paredes suben ante nuestros atónitos ojos.

Una vez completada la operación se abre la cancela delantera dejándonos vía libre para continuar hacia Luxor. Es aquí cuando los sayidis largan cabos dejando en total libertad a la Radamis II.

Saliendo al cauce del Nilo la nave comienza a bambolearse por la corriente y las olas provocadas por la presa. Pero en unos minutos se estabiliza regresando al confort de navegación que el gran río nos tiene acostumbrados.

Los camareros nos preparan un desayuno de buffet en cubierta para compensar a los madrugadores. Esto es una delicia, un lujo.

Avanzamos hasta cruzar otro puente. Esta vez sin despejar la cubierta, aunque el empleado del palo volvió a medir la altura del cauce.

Los poblados de adobe, los cultivos de arroz, las pequeñas huertas se iban alternando con las dunas que, en ocasiones, llegan hasta el mismo cauce. Una paz únicamente rota por el sonido de algunas bombas de achique que llevan, a través de un sistema de tuberías y canales, agua a los regadíos del litoral ganados al desierto.

Comienzan a aparecer algunas industrias y, a medida que nos acercamos a Luxor, se nota que el agua ya no es tan pura como en Aswan.

Una nube negra nos cubre y comienza a chispear. ¡¡¡Lo que me faltaba: Que llueva en Egipto !!!

El chaparrón pasa pronto dejando una espesa pero agradable sensación de humedad que, sumada al viento aparente de la nave, nos hace más llevadera la travesía.

Tebas aparece en el horizonte, en la orilla derecha. Aunque nuestro puerto de atraque está cuatro kilómetros antes de llegar a la ciudad. Aquí se encuentra la base de la Mövenpick. Una compañía suiza famosa por sus complejos hoteleros en áreas tranquilas fuera de las ciudades y, casi siempre, compuestas por bungalows adosados con todas las comodidades que el saeh busca cuando viaja al tercer mundo. La Mövenpick es conocida en Europa, además de por sus negocios turísticos, como marca de alta calidad en el sector alimentario y, sobre todo, por sus exquisitos helados.

Atracamos en el muelle del Mövenpick Jollie Ville Hotel. Allí nos esperan tres taxis que nos van a conducir hasta el Templo de Karnak.

El primer encuentro con Luxor sorprende al viajero. Digamos que existen tres zonas muy diferencias entre sí:

La zona árabe: Con sus tradicionales construcciones, mercados y callejuelas, de imprescindible visita para saborear la vida en el moderno Egipto.

La zona turística: Con ostentosos hoteles, edificios de nueva construcción y algunos saeh con sombrero "Livingstone, supongo", pantalón corto modelo "Coronel Tapioca", botas de trekking "Panama Jack" y cámara de fotos "Polaroid" colgada al cuello, que bien merece la pena ser olvidada.

La zona monumental faraónica: Que, sin duda, es la mayor de las maravillas arqueológicas que existen hoy en el mundo para ser visitadas, estudiadas y excavadas.

Así que nos dirigimos por la avenida principal de la ciudad, que transcurre junto al cauce del río y, tras pasar el muelle donde atracan la mayoría de los 700 barcos que surcan el Nilo y dejando de lado al templo de Luxor, llegamos a la entrada del templo de Karnak.

Dos filas de esfinges con cabeza de carnero alineadas nos indican el camino hasta la entrada monumental.

Para los antiguos egipcios, los templos eran las verdaderas casas de los dioses. Karnak es el mayor y mejor ejemplo jamás construido por el hombre y manifiesta de forma clara el poder y la magnificiencia de los faraones egipcios de la XVIII dinastía.

El templo obedece a una planificación muy estricta. Todo él gira en torno a un gran eje longitudinal que supone la gran avenida de acceso, adornada con esfinges, obeliscos y estatuas colosales precediendo la puerta y los pilonos, generalmente, con algunos agujeros simétricos desde los cuales, en los días de celebración, pendían enormes estandartes. Y, casi siempre, adornados con enormes bajorrelieves o con estelas.

Una vez traspasado el umbral se accedía a la sala conocida como peristilo que, a modo de jardín rodeado de columnas, hace de recibidor de la procesión.

Desde aquí se accede a la sala hipóstila, una sala cubierta por techos policromados y repleta de hileras de columnas, bosques de columnas monolíticas perfectamente talladas que describen escenas del faraón, victorias en batallas y ofrendas que el gobernante ofrece a los dioses para garantizar la vida eterna una vez le llegara la muerte terrenal. Para hacerse una idea, si se puede hacer uno a la idea, la sala hipóstila de Karnak ocupa 5.356 metros cuadrados y conserva en perfecto estado 134 columnas de las que las doce centrales se elevan hasta una altura equivalente a un edificio de ocho plantas.

La sala hipóstila da paso a la sala de la Barca Sagrada, o pronaos. que portará al faraón a la otra vida.

Y, finalmente, el sancta-santorum, o naos, al que sólo tenían acceso el faraón (después de bañarse en el lago sagrado) y el sumo-sacerdote que mantenía el cuidado de ambos.

El templo de Karnak es el fruto de un trabajo ininterrumpido de más de 2.000 años que abarcan desde la XVIII dinastía hasta la invasión romana. (El templo de Karnak comenzó a construirse, aproximadamente, sobre el año 1.965 a.n.e.)

Ocupa una superficie cercana al cuarto de millón de metros cuadrados ya que cada nuevo faraón la iba ampliando dedicando un nuevo templo, una nueva sala o un nuevo obelisco para conseguir los beneficios de su dios protector.

Los dos templos más destacables de Karnak (si se me permite el atrevimiento) son el de Amon-Ra y el dedicado al dios Khonsu, el hijo de Amon y Nut.

Curiosamente Karnak está erigido entorno a dos grandes ejes debido a las sucesivas ampliaciones. El eje principal, de Este a Oeste (en dirección al Valle de los Reyes) contiene seis pilonos monumentales junto a multitud de estancias. Una de las más curiosas y conocidas es la Sala de Fiestas de Tutmosis III, conocida como Akh-Menu. (*) Ver mapa de Egipto.

En este área se encuentran los obeliscos de Hatshepsut, Tutmosis l y Tutmosis III.

En el otro eje, construido en dirección Sur - Norte (en dirección a Memphis, la antigua capital) tiene cuatro pilonos, aparte de salas y capillas de interés. Dos avenidas de esfinges o "dromos" lo conectan respectívamente con el templo de la diosa Nut, esposa de Amon y con el templo de Luxor.

Finalmente, llegamos al lago sagrado que, aunque ahora es artificial, en la antigüedad recibía las aguas a través un complejo sistema de canales desde la orilla del Río Nilo. Aquí el faraón se bañaba, se purificaba, desnudo todas las mañanas antes de entrar a rezar al sancta-santorum.

Según los datos aparecidos en un papiro afirmando que en los tiempos de Ramsés III llegaron a trabajar en él... ¡¡¡ 86.486 personas, que tenían a su cargo 433 jardines, 583 acres de terreno, 83 naves y 46 talleres !!!

La visita al templo se me ha hecho corta. Muy corta. Creo que bien merece por lo menos un día completo para ser descubierto mínimamente.

El exceso de calor acumulado en nuestros cuerpos hizo sentirse mal a más de uno en el grupo así que nos dividimos entre los que querían regresar al barco y los que querían hacer el saeh comprando joyitas. De verdad... o bien, te quedas disfrutando del templo, o te vas a descansar al barco. Pero ir a Luxor a comprar collares de plata sin ningún valor me parece demencial.

Así, medio enfadado, decidí regresar al barco para visitar las instalaciones del Hotel Mövenpick y presentarme a su director comercial. Ni que decir tiene que nadie me acompañó y el resto del grupo se metió directamente en la habitación a calmar su diarrea y a dormitar. ¡¡¡Son las once de la mañana!!!

Caminar por los jardines que rodean a este bello y tranquilo hotel se me antoja algo necesario, después del ritmo que llevamos de excursiones y calor. Así que bajo mi turbante, entre sauces y palmeras, aparecen señalizados un acuario con cocodrilos del Alto Nilo, un zoológico con avestruces, cervatillos, ibis, pelícanos y un parque infantil que hace las delicias de los más pequeños liberando, temporalmente, a sus padres mientras éstos toman un baño en la piscina.

El complejo está compuesto de 332 bungalows adosados con un pequeño jardín privado donde los clientes instalan sus hamacas y tienden los bañadores al sol. Las habitaciones son sencillas, pero bellas y limpias. Disponen de 1 dormitorio, salón con sillón-cama, TV color con satélite, mini-bar y un ventilador de techo que le confiere al bungalow un distinguido aire colonial. En el bloque central se encuentra la recepción, una tienda de souvenirs, cambio de moneda (aceptan pesetas !!!), teléfono público, pupitre de excursiones, un restaurante buffet, cafetería y pistas de tenis.

En el exterior y mirando siempre al Nilo, aparece una bella vista sobre el río que más bien parece que se trata de un Resort del Caribe y no un hotel fluvial de África del Norte. Una enorme terraza con césped, cervecería y barbacoa que sirve suculentos tentempiés recién asados (Perritos calientes, kebabs, pinchos morunos, brochetas de pollo y verduras... etc.) una piscina rodeada de hamacas, un escenario para actuaciones y un pequeño puerto deportivo donde se puede alquilar un paseo en faluca hasta Luxor, una moto de agua o practicar esquí náutico con una lancha rápida.

Así, mientras estudio la información que me ha entregado el hotel, paso las horas disfrutando bajo una sombrilla hecha de hojas de palma en la terraza Shehrazade .

Salam. Wahet bira, local. – Hola majete. ¿Una cervecita local?.

Sukram. – Gracias.

Mi sorpresa vino cuando pedí la cuenta. La misma cerveza, en un hotel de la misma cadena y categoría costaba la mitad que a bordo del barco. (10 libras egipcias = 550 pesetas = 3 U$D).

Esta queja la hice constar al Comandante de la Radamis II y me explicó que en materia de hostelería el gobierno fija unos precios mínimos y máximos para la venta de productos según la categoría del establecimiento. Las compañías que surcan el Nilo aplican el máximo, mientras que los hoteles aplican el mínimo. Y esta práctica es común en Egipto por los altos impuestos que pagan los barcos. Así que le sugerí que cuando volviera a hablar con el Señor Ministro de Turismo, le hiciera llegar mi pensamiento que, precisamente, ésto no fomenta en absoluto la llegada a su país de nuevos clientes que, justamente, es lo que buscan sus autoridades.

Comimos a bordo con un delicioso y distendido buffet. Los problemas estomacales se iban haciendo notorios en el grupo y más de un@ tuvo que tomarse el delicioso hummus: un caldo hecho a base de garbanzos triturados para aliviar sus molestias intestinales.

Llegó la hora de la siesta. Mientras la mayoría del grupo regresó a la cama, Isabel, Leonor y yo, nos dimos un paseo por el hotel donde hicimos algunas compras, cambiamos moneda y disfrutamos de esa terracita que tanto me había gustado.

Estando en el hotel recibí la inesperada visita de "Faraón", el guía que atendió a mi madre el pasado mes de Febrero, entregándome algunos obsequios para ella.

La amabilidad de los egipcios es abrumadora si los sabes comprender y queda muy lejos de esa visión de empujones y agobios que se lleva el turista cuando pasea por los mercados de El Cairo.

Te compran las mujeres, pero no te atosigan como los italianos. Regatean, pero sin malicia. Sonríen y son educados. Con un simple Inshi, Inshi !!!, seco, pero sin enfado, se apartan dejándote el camino libre respetando tu voluntad de no comerciar con él.

Con uno de ellos me reí un montón en el mercado de Aswan. Íbamos despistados paseando entre los bazares de noche, Natalia y yo, cuando se nos acerca un comerciante alto y delgado envuelto en una hermosa galabiya de tono azul, con sus manos llenas de escarabajos de la suerte y esculturas de basalto, seguramente falso:


Barato, barato, 30 libras todo. – Me dice.

No, no. No compro. – Contesté.

¡¡¡ Más barato que PRYCA !!! – Me responde desesperado.

No. ¡¡¡ Tú, Corte Inglés !!! – Le dije.

Me eché a reír y me interrumpe:

¿ Ella es tu mujer ? – Me dice señalando a Natalia mirándola de arriba abajo.

Sí. !!! – Le contesto afirmativamente, aunque no era cierto.

¿Cuántos camellos quieres por ella ?

No vendo. - Le digo.

Tengo Viagra para ti. – Responde.

Me río y le digo: No me hace falta Viagra.

Y con su sonrisa cómplice al ver ya que no había negocio posible conmigo, me suelta en perfecto español:

Amigo ¿Cuántos le echas al día? ¿Cinco? ¿Seis? – Refiriéndose al número de veces que hacíamos el amor.

Mi carcajada retumbó por todo el mercado, me dio la mano y se despidió: Adiós, amigo, vuelve mañana !!!

Ael Salamae, Allah ya tik !!! - Adiós, que Dios te bendiga !!! le dije mientras nos alejábamos entre la multitud.

Lo que nunca se debe hacer es entrar en el juego del regateo sin intención de comprar, ya que se les puede molestar. A Julio sin saberlo, y con el cachondeo que llevábamos, le entró un comerciante ofreciéndole una galabiya por treinta libras egipcias... A lo que Julio le contesta:

¿¿ Treinta ??, Te doy cinco y vas que chutas. – Le dijo probándosela.

El comerciante al ver la situación de risas del grupo, le despojó de la galabiya diciéndole enfadado:

¡¡¡Tú, no español !!!, ¡¡¡ Tú catalán !!!

Consideran el regateo como una parte más de su trabajo, no como un juego o un timo y eso les crispa.

Terminamos llorando de risa y seguimos caminando.

Ya, entrada la tarde nos dirigimos hacia el templo de Luxor. Cuando llegamos frente a sus pilonos ya era de noche y estaba completamente iluminado.

El templo de Luxor fue mandado construir por el faraón Amenofis III en honor a Amon. Posteriormente fue ampliado y enriquecido por otros faraones Tut-Ankh-Amon, Ramses II, Alejandro Magno y los ptolomeos. Sin ninguna duda, el momento del día que muestra su mayor majestuosidad es al iluminarse en el ocaso.

Ya sólo su entrada impone
.
Este conjunto sagrado fue liberado de las arenas allá por 1.883, antiguamente unido al Templo de Karnak por una avenida de esfinges de tres kilómetros de longitud y del que hoy sólo puede visitarse un corto tramo. Luxor era, en realidad, un palacio donde el dios era como un rey atendido sólo por los sacerdotes. A ambos lados de la entrada, dos enormes estatuas monolíticas de Ramses II sentadas en tronos custodiaban los dos obeliscos gemelos de 25 metros de altura. El obelisco que hoy no está en su lugar original fue regalado por el Pachá Muhammad Alí al Rey Luis Felipe de Francia para adornar la plaza parisina de La Concorde.

Extasiados ante tanta belleza, iluminados por los focos del Templo y sin la presencia demoledora de los rayos de Amon-Ra escuchamos a Rabie cómo nos explica que el templo, todavía, no se encuentra excavado en su totalidad, ya que en su interior se construyó una mezquita.

Las paredes nos revelan decenas de ceremonias sagradas con ofrendas presentadas por el faraón en persona. Otras ilustran con pericia los relieves que relatan la batalla de Qadesh hasta que nos encontramos con el coloso realizado en granito negro de Ramsés II. Su perfil recorta la noche mientras el grupo disfruta de las estelas realizadas por Nefertari, Amenofis III y Tut-Ankh-Amon. Personajes que hoy, aún, viven en las piedras, en el etéreo aire que aquí se respira y que siguen gobernando nuestros sentimientos más recónditos con la fuerza de aquella eternidad tan buscada.

No se quién, ni cómo, ni porqué. Pero escuchar la última Salat al-Magrib, la oración musulmana de la tarde, fue la señal definitiva antes de abandonar el templo.

Una vez más fuimos acosados por unos vendedores que a la salida de Luxor, camino de autobús, nos ofrecían falsas reproducciones de papiro. Diez papiros a mil pesetas... barato, barato.

Así que, correteando como si huyéramos de los "paparazzi", subimos al mini-van.

Rabie nos había preparado una sorpresa. Le dijo cuatro cosas en árabe al conductor y nos llevó a un bar con terraza en el centro de la ciudad.

El bar tenía de todo: Bazar con joyería en la planta baja y, en la planta superior, restaurante y cafetería con una terraza que daba a la calle. Cerveza con alcohol, películas X en la televisión y, por supuesto, shishas con narguile de melaza (el fuerte). Natalia y Raquel se pusieron ciegas a aspirar.

Toses, humo y muchas risas.

De mis amigos de Salamanca... ni os cuento. ¡Qué delicia de matrimonio! El Señor Marco es un pedazo de pan. Ella... un tesoro que ese pirata de secano raramente enseña.

Tras pagar la cuenta regresamos a la nave a descansar en lo que sería nuestra última noche a bordo.

¡Snif, snif! (Lagrimitas)


23 Mayo 2.000: Luxor – Valle de los Reyes – Deir el-Medina – Gizá


Tras el desayuno en el barco y subir los equipajes al autobús, tomamos rumbo Sur siguiendo el curso del Nilo por su orilla derecha hasta cruzar a la orilla izquierda. Tebas (Luxor) queda a la derecha. Es la vida terrenal. El Valle de los Reyes queda donde el sol se pone: La muerte.

Después de constatar los saqueos de las pirámides que se hicieron construir durante el Imperio Antiguo y tras trasladar la capital del imperio de Memphis a Tebas, los faraones decidieron buscar un lugar apartado y de difícil acceso.

Fue en esta orilla, a ocho kilómetros en línea recta de la nueva capital donde los arquitectos de los faraones encontraron un valle dominado por una montaña de 455 metros con forma piramidal llamada el-Qurn. Lo difícil de su orografía y la posibilidad de que sus guardianes velaran la única puerta de acceso a la ciudad de los muertos fueron definitivos argumentos para levantar allí la nueva necrópolis.

Los faraones tebanos, sistemáticamente, serían allí enterrados entre los años 1.539 (Ahmosis) hasta el año 1.078 a.n.e. (Ramses XI)

Entre plantaciones, palmerales y bananos llegamos a un cruce donde la carretera se bifurca. Ante nosotros aparecen dos enormes estatuas sedentes de piedra.

Los Colosos de Memnom cuyos rostros reflejan la efigie del faraón Amenofis III que gobernó Egipto entre los años 1.390 y 1.353 a.n.e durante la XVIII dinastía, son lo único que ha logrado sobrevivir al gran templo que él ordenó construir en el cruce que separa el Valle de los Reyes y el de las Reinas. Un terrible terremoto acabó con la totalidad del templo, pero no con las grandiosas esculturas. Los habitantes de la cercana Deir el-Medina cuentan una curiosa leyenda donde dicen que "en las noches de ventisca, todavía hoy, se puede escuchar la voz del faraón..." y cierto es. El aire al pasar entre las fisuras de los bloques de piedra monumentales produce un curioso silbido que recuerda a una voz ronca y firme.

Los Colosos son dos estatuas gemelas de 16'6 metros de altura, con una base de 2'3 metros. Ambos están construidos en cuarcita y miran al Este, hacia Tebas.

Tras la típica foto de los Colosos, continuamos hacia la entrada al Valle de los Reyes.

Cualquier cosa me hubiera imaginado como entrada de este monumental campo arqueológico, excepto lo que vi. Lo mágico, lo incógnito, lo faraónico del lugar que me esperaba se desvaneció ante mí, en un abrir y cerrar de ojos, cuando me encontré frente a la puerta de acceso al recinto. La típica turistada con restaurante, tiendas de refrescos, cuarto de baño y trenecito incluido que te subía hasta la taquilla donde se abonan las entradas, medio kilómetro más arriba.

A partir de aquí, todo vuelve a la normalidad o, mejor dicho, a lo esperado. De las más de 60 tumbas excavadas en el Valle de los Reyes, sólo permanecen abiertas al visitante diez, que siguen un sistema de rotación para garantizar su descanso y evitar el desgaste gradual que producen las visitas. De entre estas diez tumbas hay que elegir tres que son las que da derecho de visita el ticket de acceso. Con este pase, además, no se puede visitar la Tumba de Tut-Ankh-Amon, ya que ésta se paga aparte, es pequeña, está desmantelada (todo lo que había en su interior está en el Museo Egipcio de El Cairo) y, para colmo, por famosa, es más cara su entrada que el pase de tres tumbas.

El Valle sigue manteniendo ese misterioso halo que envuelve a todo lo sobrenatural. Protegido, defendido o, quizás, vigilado por la pirámide perfecta que forma el Pico el-Qurn que permitió al hombre antiguo horadar en sus entrañas para acoger a los restos de estos faraones en su tránsito a la vida eterna.

Las tres tumbas que se pueden visitar deben ser escogidas con mucho cuidado, sabiendo siempre qué es lo que se busca ver en ellas. Rabie eligió por nosotros y nos condujo caminando hasta la entrada de la primera de ellas: La tumba de Ramses III (1.187-1.156 a.n.e., KV11, XX dinastía), según él, la que mejor conserva sus pinturas originales.

Esquivando grupos de turistas, accedimos al interior de la tumba. Sus paredes se encuentran protegidas por vidrios e iluminadas por un sistema eléctrico casero de cables y bombillas al aire, colgando de los techos y expuesto a las continuas subidas y bajadas de tensión que, a veces, nos dejan completamente a oscuras. Las rampas de madera crujen bajo nuestros pies mientras descendemos, fascinados, hacia la cámara del sarcófago. La explosión cromática de las paredes, repletas de escenas, dibujos y jeroglíficos me dejan con la boca abierta, mientras me maldigo por no haber pagado la tasa que permite sacar fotografías en el interior de las tumbas.

A mi izquierda, el tribunal divino pesa el corazón del faraón en una balanza. Es el juicio final que concluye frente a Osiris, tras recorrer el difunto una "escalera al cielo" recitando mentalmente: "No he negado alimento a quien tenía hambre. No he negado sepultura a nadie. No he pecado contra el Nilo"... Si los platos de la balanza se mantienen en perfecto equilibrio, el faraón alcanzará la vida eterna y su Ka, volverá al cuerpo momificado o, en su defecto, a una de los cientos de estatuas que reproducen su figura y protegen el sepulcro del faraón, realizadas para garantizar su vuelta a la vida en caso de ser expoliada la tumba.

En el techo, un inmenso y colorido pájaro abraza el mundo. Nut, la diosa de la noche extiende sus alas sobre nosotros dando paso a los textos de El Libro de los Muertos. Finalmente, la cámara del sarcófago, una sala que sugiere el recogimiento, el respeto y el silencio que merece la presencia del faraón.

Regresando hacia la entrada se va la luz. La oscuridad es completa y los visitantes se detienen en las rampas de acceso. La quietud me hace pensar sobre cómo pudieron los artesanos tallar y pintar todos estos textos sagrados en las entrañas de la tierra. Rabie me hizo un gesto y me recordó cómo nos iluminó, con su plato pulido reflejando los rayos del sol sobre el Sancta Sanctorum, aquel nubio que vimos en el Templo de Esná.

Ya en el exterior, continuamos hasta una bifurcación en el camino de tierra. Tomamos la desviación de la derecha hasta llegar a la Tumba de Siptah (1.198 – 1.193 a.n.e., KV47, XIX dinastía).

Frente a la entrada, Rabie nos explica el porqué ha elegido esta tumba: "El faraón Siptah sólo gobernó durante cinco años. Su muerte fue prematura, por lo que no dio tiempo a completar los trabajos en su tumba. El trabajo está inacabado lo que permite observar el proceso de tallado, estucado, cincelado y pintado paso a paso. Por esto es fundamental la visita de este lugar, porque así podremos comprender mejor la magnitud de las obras terminadas".

Isis nos recibe en la entrada, con el loto y el papiro, junto a Ra-Horakhti. La antecámara está labrada sobre la roca con utensilios cortantes de metal y martillos de madera que muestra las distintas fases de elaboración. Los trabajadores se agrupaban en dos grupos de entre 30 y 60 maestros artesanos cada uno, además de los capataces: Los canteros primero hacían el túnel y se retiraba el escombro. Luego se alisaban las paredes y se pulían con estuco, una especie de yeso. Mientras éstos avanzaban hacia el interior, los dibujantes trazaban las siluetas de los jeroglíficos y los textos del Libro de los Muertos. Detrás, los escultores iban horadando el estuco dando relieve a los dibujos. Finalmente, los pintores, llenaban de cromatismo y luz las paredes desnudas de la tumba.

Al fondo se abre la cámara mortuoria con el sarcófago de granito rosa que acoge los restos del faraón en forma de cartucho. Las paredes de la cámara están sin pulir, desnudas de dibujos, ya que no dio tiempo a finalizarla. Había demasiada prisa para enterrar al faraón.

De regreso al exterior, nuestros ojos acostumbrados a la oscuridad, se cegaron por la presencia de un rabioso Ra, que nos castigaba con sus luminosos rayos. El calor ya comenzaba a pasarnos factura, así que me puse el turbante que días atrás compré en un mercado callejero.

Proseguimos hasta la base de el-Qurn para visitar la tercera tumba. La Tumba de Seti II (1.204 – 1.198 a.n.e., KV15, XIX dinastía), sin duda, la más espectacular y mejor conservada de las tres. Su forma laberíntica y las antecámaras situadas a distintos niveles la hicieron inexpugnable durante siglos, por lo que permaneció oculta e intacta a los continuos saqueos de los ladrones de tumbas. Únicamente faltaba la momia del faraón que, seguramente, fue rescatada por la clase sacerdotal y escondida en una tumba junto con otras momias cuando comenzaron las primeras expoliaciones.

De regreso a la entrada del Valle, no me pude resistir a hacerme una foto en la entrada de la tumba de Tut-Ankh-Amón (1.333 – 1.323 a.n.e., KV62, XVIII dinastía) mientras mis pensamientos se hallaban junto a Howard Carter y la emoción que debió sentir al abrir aquel fascinante sarcófago tras años de penosos trabajos, luchas con los gobiernos inglés, francés y egipcio por la financiación y la pérdida, posterior, de amigos y mecenas que le apoyaron ciegamente en su empresa. Las imágenes en blanco y negro de aquel reportaje de vídeo de la BBC y la Sociedad Geográfica Británica sobre las excavaciones se agolpaban, sucesivamente, en mi mente.

Una vez fuera del recinto, nos dirigimos hacia el Valle de las Reinas para visitar el Templo de Hatshepsut (1.479 – 1.458 a.n.e.) en Deir el-Bahari, donde se encuentra la tumba de la reina-faraón, identificada como la KV20, y que perteneció a la XVIII dinastía.

Construida sobre un enorme anfiteatro natural, el Templo mandado erigir por la única mujer que gobernó Egipto como faraón, se vió envuelto en la rabia de Tutmosis III, su hijo, que lo mandó destruir por considerar que su madre le había usurpado el trono. Los adornos bajo los pórticos fueron borrados, las figuras martilleadas por los coptos, los nombres de la reina arrancados de sus cartuchos. El Templo está perfectamente enfilado hacia Tebas, situada a siete kilómetros en línea recta y se puede observar, desde una de las terrazas, el obelisco que la misma faraona mandó alzar en Karnak.

Dejamos atrás la aridez de los valles regios, para internarnos en un lujurioso palmeral que delataba la cercanía del Nilo. Tras cruzarlo y atravesar la corniche, comimos en el puerto de Luxor, antes de tomar el vuelo a El Cairo.

Tomamos tierra en al-Qahira, la victoriosa, la resplandeciente, la ciudad fundada por los fatimíes en su expansión desde Ifriquiya (Tunicia) hacia el Oriente. Esta vez, en lugar de alojarnos en el centro de El Cairo, nos trasladamos a Gizá, una pequeña población establecida junto al desierto líbico que, tras la expansión capitalina, se ha convertido en una barriada más distinguida por los faraones del Imperio Antiguo con la construcción de las pirámides, Gizá recibe ahora a los viajeros que la visitan con un aire desenfadado y menos agobiante que el que se respira en el centro de la ciudad.

Nuestro hotel, el Sofitel Le Sphynx es como un oasis de paz y agua. Desde la cristalera del bar, escuchando canciones acústicas de Eric Clapton, observo la apacible piscina y la silueta de las tres pirámides reflejadas en la cristalera. Me tomé un largo tiempo de meditación y relax antes de unirme al grupo, saboreando una cerveza espumosa y fresca y tratando de grabar con todo detalle cualquier estímulo, sensación, olor o sonido que mi cerebro pudiera almacenar para mayor gloria de mis futuros recuerdos.

Cansado de tanto sol y con mis prominentes fosas nasales atascadas de desértica arena me concedo el placer de una ducha y vestir elegante antes de cenar en aquel Hotel-Palacio que construyeron los Reyes egipcios a principios del Siglo XX para recibir a la realeza. En el Mena House Oberoi reviví la magia de aquellas románticas noches palatinas, elegantes, exclusivas, que sólo se podían dar junto a pachás, rajas hindúes y embajadores llegados de todo el orbe. Me imaginaba los vestidos, los tocados, los turbantes, los pasillos del hotel envueltos en un ir y venir de los sirvientes que atendían a los invitados, mientras los acordes de violín y el resplandor de los cristales de murano de las lámparas que caen de las cúpulas y los techos artesonados, crean un ambiente acogedor y refinado.

Amablemente, el director comercial nos enseña las habitaciones: "Aquí durmió Churchill, aquí Hemingway. En ésta, los reyes de Noruega. Acércate, mira esta habitación... fue creada para el Sultán de Omán. Su despacho, el recibidor, la habitación de servicio y la habitación matrimonial. Sal a la terraza y contempla...".

Y, contemplé. Miré fijamente la silueta de las pirámides. La noche era cerrada y sólo permanecían iluminadas, tras el palmeral, las aristas de las mismas. De repente, un rasgado grito en la lejanía rompió el silencio nocturno. El espectáculo de luz de las pirámides daba comienzo y sus paredes cambiaban de color según los dictados de la música. Khefrén, Kheops y Micerinos se iluminaban, desaparecían con una graciosa sencillez que convertía cada instante en un espectáculo por sí sólo.

Tras una deliciosa cena acompañado por Isabel y Leonor y una última y relajante copa en el Sofitel, me dejé llevar, una vez más, por los dictámenes de Nut.


24 Mayo 2.000: Gizá – Menfis – Saqqara – Gizá

Poco después del amanecer, desayunamos en el buffet del hotel a toda prisa para evitar, en la medida de lo posible, las horas de calor y comenzar nuestra visita a la cercana Menfis, que no Memphis - la de Elvis-.

Menfis fue la capital del Imperio Antiguo (2.650 – 2.190 a.n.e.) y, según la leyenda, fue fundada por el Rey Menes, el primer faraón conocido hasta ahora y primer unificador del Alto y Bajo Egipto. Al igual que en Tebas, si Menfis era la capital del Imperio y la residencia del faraón a un lado del Nilo, Gizá era la necrópolis donde eran enterrados los difuntos en la otra orilla, como sucede en el Valle de los Reyes.

De la ciudad propiamente dicha no queda ningún resto debido a la fragilidad de los elementos de construcción de las viviendas. Como contrapunto, los edificios mortuorios de Gizá permanecen casi intactos tras el paso de los siglos. Memphis vivió diferentes períodos de esplendor y abandono consecutivos pero debido a su indudable posición privilegiada geográficamente mantuvo su status de capital religiosa del país hasta los ptolomeos. Durante el Primer Periodo Intermedio se sumió en el abandono en favor de Tebas, hasta que Ramsés II decidió devolver aquel esplendor que en su pasado tuvo. Ramsés consideraba a sus antepasados como dioses y fue por esto que, si ellos decidieron establecer allí su capital y sus templos funerarios, deberían ser respetados y venerados en aquel lugar por las generaciones venideras. De esta forma Menfis obtuvo el favor del faraón y de la población hasta que fue destruida en tiempos de los mamelucos.

Los pocos vestigios que hoy sobreviven al paso del tiempo se encuentran en el interior del Museo de Menfis, entre los que destaca la estatua colosal de Ramsés II de unos 13 metros de longitud (el coloso perdió sus piernas, por lo que mide en la actualidad 10 metros, 30 centímetros), tallado en un único bloque pétreo de sílice blanca y de grano fino. Aparte de sus espectaculares dimensiones, sorprende el extraordinario realismo de la escultura, realizada con un extremo cuidado en la reproducción de los rasgos anatómicos: venas, arterias, tendones, músculos que contrastan con el relajamiento y la sonrisa del faraón. Esta imagen de faraón benévolo y benéfico sorprende a los investigadores, acostumbrados hasta ahora, al faraón rígido, dictatorial que basaba el respeto en el miedo, en el poder, en la seriedad hierática de sus facciones. Su hombro derecho, la hebilla del cinto y su pecho aparecen adornados con cartuchos que contienen el nombre del faraón. El hombro izquierdo, sin embargo, está deteriorado por la humedad, ya que el coloso se mantuvo sobre él durante siglos, apoyado en la tierra, cuando perdió sus piernas y cayó lateralmente. Su cabeza está decorada con el khepresh con el que advertía, por si alguien tenía alguna duda, que él era el Rey del Alto y Bajo Egipto: "El Faraón Unificador".

En el exterior, al aire libre, en un jardín lleno de estatuas de menor importancia, se puede ver la conocida como Esfinge de Alabastro que con sus cuatro metros y veinticinco centímetros de altura y sus ocho metros de largo formaba parte de la entrada del cercano Templo de Ptah construido, probablemente, en la época de Amenofis II.

Atravesamos el Nilo para cambiar de orilla y dirigirnos a la necrópolis de Saqqara.

Según se llega por la pista de arena, en medio de un inmenso mar de dunas, la pirámide escalonada de Saqqara se alza hacia el cielo recordándonos que ella fue la primera pirámide levantada en la historia por un faraón.

Tras entrar al recinto arqueológico, llegamos a una monumental puerta flanqueada por los guardianes envueltos en túnicas de mil colores y nubios, que extienden la mano por si cae alguna libra del bolsillo de los visitantes. La puerta, llamada la "fachada del palacio" es la única que se mantiene de las catorce que había originalmente y da acceso a un laberinto de paredes lisas y columnas que dan paso a un patio central.

Fue aquí donde Zozer, faraón de la III Dinastía, mandó a su arquitecto levantar una monumental mastaba construida sobre un pozo de 28 metros de profundidad. Una vez realizada y no contento con esto, Imhotep, el arquitecto, decidió sobreponer seis mastabas de mayor a menor tamaño para acoger a la familia del soberano y sus altos dignatarios, creando así una especie de escalera hacia el cielo que llegó a alcanzar los 58 metros de altura.

De esta revolucionaria concepción de la construcción de tumbas quedan testimonios en los "Textos de las Pirámides" encontrados en la cercana pirámide de Unas, que fueron esculpidos durante la V Dinastía.

Imhotep alcanzó en vida todas las consideraciones del faraón. Fue nombrado visir, arquitecto, médico real e incluso, siglos después, los ptolomeos lo incorporaron a la mitología griega con el nombre de Asclepios, dios de la medicina.

El recinto se encuentra rodeado de pirámides menores y muy deterioradas como las de Abu Sir y Dahshur, además de cientos de mastabas que abarcan diferentes épocas e, incluso, enterramientos persas.

Rabie nos concedió un poco de tiempo libre para pasear por el recinto y tener una toma de contacto con los monumentos. Ante la pregunta de si podíamos dar un paseo en camello, nos dijo que no. Para eso era mejor utilizar la mañana siguiente en Gizá, que la tendríamos libre antes de coger el vuelo de regreso. Así que nos dispersamos caminando entre las mastabas.

Una vez ya en el autobús Rabie, el guía, hizo el pertinente recuento de pasajeros. Pero esta vez faltaban dos. Uno de ellos era Julio. Me acerqué al guía y le digo en broma:

Rabie, conociendo a Julio, éste es capaz de haberse alquilado un camello...

Ja, ja !!! – Se echó a reír incrédulo mientras descendíamos del autobús.

En esto se acercó a un nubio y le preguntó en árabe si había visto a los dos jawayas que nos faltaban. El nubio levantó el brazo y señaló en lo alto de la colina junto a la pirámide a un hombre que alquilaba los susodichos cuadrúpedos jorobados.

La mirada que Rabie me clavó fue lo suficientemente expresiva como para hacer que me doblara de risa sobre la arena del desierto.

Rabie salió corriendo montaña arriba para preguntarle cuanto tiempo duraba el paseo y a qué hora habían alquilado el camello. Desesperado miraba su reloj despotricando en árabe a los cuatro vientos, pero siempre en dirección a La Meca.

Pasaron cinco minutos y el árabe empezó a señalar y saltar:

¡¡¡Ahí vienen!!! ¡¡¡Ahí vienen!!!

Ver a Julio sobre el camello no alentó más que una nueva carcajada.

Con ese inconfundible cuerpo con turbante a lo Lawrence de Arabia, viéndole dar botes sobre la joroba como Cantinflas cuando galopa y al pobre camello agitando su largo cuello en todas direcciones, provocó la risotada del mismísimo y enfadado Rabie.

¡¡¡ Va cabalgando como BonanzaaaaAAA !!! – Canturreé.

Julio desoyó su consejo pero lo más gracioso es que el paseo duraba la mitad de tiempo de lo que habían tardado. El guía que les acompañaba se plantó en medio del desierto saharaui exigiendo más dinero o les dejaba allí mismo tirados !!!

No me quiero imaginar la escena.

Desde Saqqara regresamos a Gizá con una pequeña parada en el Museo del Papiro.

El Museo está situado en un local comercial en plena calle donde tras ofrecernos un delicioso té verde, nos enseñan el proceso de manufacturación de los papiros que utilizaban ya desde la época faraónica y que ha permanecido invariable.

El papiro es una planta verde de unos tres centímetros de espesor que crece en la ribera del Nilo. A modo de largo puerro verde se corta en trozos del tamaño de la hoja que se quiera realizar. Luego se secciona transversalmente sacando 4 o 5 tiras de cada tallo. Cada tira se exprime para que pierda el abundante agua que contiene. Posteriormente, se deja reposar en agua dulce para que pierda el azúcar y se coloca a modo de trenzado entre hojas de papel secante prensadas durante una semana hasta quedar totalmente deshidratada y con la consistencia del papiro que todos conocemos por los cuadros.

Una vez terminado el proceso se pinta con acuarela y... listo para enmarcar.

La mayoría de los papiros que nos ofrecen en los bazares son de plátano y con el tiempo se despega y resquebraja.

Un papiro pintado verdadero del tamaño de un foleo viene a costar entre 3.500 y 10.000 pesetas. Llegando a las 85.000 pesetas una preciosa joya de 2 por 1 metros que sirve como cabecero de cualquier cama de matrimonio.

Comenzaba ya a tener hambre. Así que pusimos rumbo a un restaurante que está en la avenida de las pirámides para saciar nuestro apetito y la enorme sed.

Desde aquí, directamente, nos fuimos a las pirámides.

La magnitud de esta obra la convierte en indescriptible. Todo el mundo las conoce por fotos o las ha visto en televisión, en el cine, pero es imposible relatar la sensación que se experimenta cuando uno se apea del autobús, se acerca a la base, toca la primera piedra y mira hacia arriba, hacia la cúspide de la pirámide de Kheops.

La vista no alcanza. La cámara de fotos no cuadra. Es imposible hacer una foto a la pirámide completa a menos de cien metros de distancia, se use el objetivo que se use.

Todo un mundo religioso, de esoterismo, de misterio, de lo sobrenatural, de esfuerzo humano está ahí, delante mío. El gran sueño de la inmortalidad que llevó a los faraones del Imperio Antiguo a construir estas moles de piedra se ha visto realizado.

Ante nosotros la única de las siete maravillas del mundo que, aún hoy, queda en pie desafiando 46 siglos de historia.

Los egipcios antiguos denominaron a la necrópolis más septentrional de Memphis como Kher Neter (necrópolis) o Imentet (el occidente). En este área se encuentran, además de las tres pirámides y la esfinge, las pirámides de las reinas, las tumbas de los altos dignatarios de la IV Dinastía y el escenario moderno y artificial donde se representa todos los años la ópera Aida.

Todo el sitio arqueológico se puede visitar a pie, en coche o sobre los lomos de un camello, preveyendo el tiempo que hay que tomarse para disfrutar de los matices del color, las sombras de las dunas y las caravanas de camellos que parecen flotar sobre las arenas del desierto como si de un espejismo se tratara.

Nuestro autobús se detuvo en un aparcamiento que hay junto a la pirámide de Kheops donde una hilera de microbuses, taxis y autobuses de lujo esperan, con los motores arrancados, el regreso de la corte de turistas que visitan las pirámides. El ruido es ensordecedor, desagradable. No entiendo como el gobierno egipcio se permite tener así de descuidado - desconsiderado hacia los monumentos, sus moradores y visitantes - este lugar, supuestamente, mágico y bello. Pero tras ver que la carretera de acceso a la altura - desde donde se contempla el conjunto faraónico con la ciudad de Gizá al fondo - pasa entre las pirámides de Khefrén y Micerinos, rompiendo salvajemente el desierto con una línea asfaltada transitada por decenas de vehículos que te impiden, siquiera, hacer una fotografía de las tres pirámides juntas sin que aparezcan en medio. Me siento desesperar por el mal gusto y el descuido que demuestran los gobernantes.

Tratando de hacer caso omiso a la humareda y el ruido, me dirijo a la base de la pirámide de Kheops. Me maravilla su grandeza. Me siento minúsculo a su lado. Para levantar sus 138'75 metros de altura (Originalmente, medía 146'6 metros) y sus 230'37 metros de ancho en la base, hicieron falta 2.300.000 bloques de piedra caliza de 2 toneladas y media cada uno. Me alejaba y me alejaba y la pirámide de Kheops seguía sin caberme dentro del objetivo de la cámara. Desesperado me dirigí hacia la Necrópolis Occidental para ver si por fin podía tomar alguna fotografía que no fuera un detalle de la misma pero, de repente, surgió entre la arena la pirámide de Khefrén, mi favorita, entre otras cosas porque aún conserva intacto parte del revestimiento calizo del piramidón.

Sin duda, lo que más me sorprendió al tener la pirámide de Kheops al alcance de la mano, fue el encuentro con la realidad geométrica de sus caras ya que, vistas desde lo lejos, su perfil sigue pareciendo liso, rectilíneo. Sin embargo, a escasos metros, cuando realmente ves que se ha perdido el revestimiento exterior calizo e innumerables piedras monolíticas, bien parece la hoja de un serrucho enseñando sus dientes.

Alzando la vista hasta la mitad de la cara norte de la pirámide, se encuentra la abertura originaria por donde pasó el cortejo fúnebre del faraón. No fue hasta Marzo del año 1.818 cuando Giovani Battista Belzoni, consiguió penetrar en el interior de la pirámide dejando constancia, en un grabado con su nombre, de la gesta de la expedición. Poco después Caviglia, otro italiano, llegó hasta la Cámara de la Reina y en los años sucesivos arqueólogos, historiadores y egiptólogos llegaron aquí para estudiar las entrañas de la pirámide con la siguiente conclusión/decepción: La pirámide ya había sido saqueada mucho antes, incluso, del final del Imperio Nuevo. Se cree que se desvalijó y fue desprovista de sus mejores joyas y tesoros inmediatamente después de su muerte ya que, Kheops, fue un faraón déspota y despiadado que levantó muchos odios entre sus súbditos por su extrema crueldad. De hecho, únicamente existe una pequeña escultura del faraón de unos ocho centímetros de altura que se encuentra en el Museo Egipcio de El Cairo. Como muestra de su extremada crueldad persiste una leyenda desde tiempos inmemoriales que dice que el faraón obligaba a sus hijas a prostituirse para poder financiar las obras de construcción de la pirámide y, una de ellas, cobraba sus favores en monolitos de piedra con los que se construyó su propia pirámide como represalia.

Como un imán me atrae la presencia de Khefrén en la llanura. La que para todo el mundo es la "segunda", para mí tiene un valor sentimental muy especial. En primer lugar, estético, no sólo por conservar el picacho con su recubrimiento, sino por mantener unas formas y armonías perfectas. En segundo lugar, Khefrén era el hijo de Kheops, por lo que no debía realizar una obra más grande junto a la de su amado padre. Khefrén decidió construir sobre una elevación en el terreno, una pirámide de menor altura (143'5 metros de altura y 215'25 metros de anchura en la base), sin embargo, el ángulo de sus aristas es de mayor abertura gradual, creando así la sensación de estar elevada por encima de la pirámide de Kheops. Además el faraón, realizó un completo conjunto funerario desde el valle donde, en las crecidas, permitía al Nilo llegar hasta, prácticamente la base de la pirámide. A través del Nilo venían las colosales piedras traídas en barco desde las canteras de la lejana Tebas y, desde el Nilo, se accedía al Templo del Valle (ahora excavándose), donde el faraón celebraba fiestas y ceremonias y, posteriormente, acogería su cuerpo hasta la sepultura final. Desde el Templo surgía una rampa por donde pasaba el cortejo fúnebre hasta el Templo Funerario donde la momia era preparada (el complejo proceso de momificación llevaba casi un mes de trabajos). Junto a éste, las pirámides de las reinas y, tras éstas, la pirámide del faraón. Khefrén, además, mandó construir la esfinge. Una estatua de cuerpo animal y rostro humano que protegería las tumbas de su padre y la suya propia, custodiándolas hasta la eternidad.

La tercera pirámide, la de Micerinos, hijo de Khefrén, parece la hermana menor de las otras dos con unas reducidas dimensiones (66 metros de altura por 103 metros de ancho).

Desde el punto panorámico se divisan las tres pirámides alzándose sobre la ciudad reclamando su perpetuidad como obra maestra de la ingeniería humana y, tras nosotros, el imperturbable desierto permite divisar la silueta de alguna de las pirámides de Saqqara. Un sentimiento secreto que te invade, como le ocurrió a Napoleón, de porqué esta civilización antigua llevó hasta tal extremo su respeto hacia los muertos y la convicción de una nueva vida futura, de una reencarnación en el más allá. (El Emperador francés llegó a dormir una noche en la cámara sepulcral de Kheops y, nadie sabe qué pasó. Si se sabe que salió visiblemente trastornado y marcado de por vida por esta experiencia).

Volvimos a nuestro punto de inicio de la visita para que el autobús nos llevara hasta la base de la Esfinge de Khefrén.

La Esfinge fue construida en el Desierto de Gizá hace unos cuatro mil quinientos años, sin saber, aún hoy, el porqué fue construida. Fue esculpida sobre cuatro tipos de roca caliza con el cuerpo de un león en posición de defensa y el rostro del faraón Khefrén. La arena del desierto llegó a cubrirla, casi totalmente, protegiéndola de la erosión eólica y otros agentes externos, salvo la imagen del faraón que quedó expuesta. Faraones como Tutmosis IV se empeñaron en desenterrarla (Tutmosis adosó una estela conmemorativa del desenterramiento a las patas delanteras), los romanos y los franceses en restaurarla y los turcos, en practicar con ella el ejercicio del tiro de cañón con las visibles consecuencias sobre su nariz y su barba postiza ritual. En 1.925, Bazaize, que estaba realizando unas obras de consolidación de la cabeza, descubrió el Templo de la Esfinge que, aún hoy, se sigue excavando y que constituye una verdadera obra maestra en sí mismo.

Tras la foto en una de las patas delanteras de la esfinge regresamos al hotel, pero decidí volver a verla al día siguiente con más calma y con menos japoneses a mi alrededor.

Comenzaron a caer los últimos rayos de sol reflejando sobre la cristalera de la piscina de mi hotel la silueta de las tres pirámides. El baño devolvió la vida a mi ya curtida piel deshidratada.

Caía la noche sobre El Cairo y nos decidimos a ir a cenar al Hotel Hilton Ramsés, famoso por su animación nocturna y sus espectáculos. El Hilton es un hotel situado en el centro de la ciudad, perfectamente dotado para los hombres de negocios con todos los servicios imaginables. Las habitaciones tienen desde mini-bar hasta modem con conexión a internet. Sus amplias zonas comunes abarcan desde típicos pubs ingleses donde tomarse una pinta de cerveza negra, spaten o ale, hasta un restaurante japonés, pasando por la comida internacional, un buffet y un cómodo restaurante árabe amenizado con una banda bereber que no paraba de darle frenéticamente a los tambores.
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Tras la cena, comenzó un agradable espectáculo de un tal Hassan y su cuerpo de bailarinas que nos sorprendieron con historias de amor y danzas sufíes. Finalmente regresamos a nuestro hotel y decidimos tomarnos una copita de despedida en aquel salón que tanto me gustó a mi llegada. La sucesión de chistes, risas y comentarios no dejó de sucederse, quizás, para esconder la inminente realidad de nuestro regreso a España. Poco más, sólo que pasó la noche.


25 Mayo 2.000: Gizá – Cairo – Barcelona

Nuestro último día en Egipto amaneció como todos los demás, con la salvedad que teníamos la mañana libre para recorrer esta barriada. Así que, tras el desayuno decidí volver a la Esfinge, andando, callejeando y buscando ese sabor que tiene el auténtico Egipto árabe y que, rara vez nos permiten descubrir los viajes organizados.

Recorrí la Avenida de las Esfinges, extensa avenida salpicada por comercios y, dicen, las mejores joyerías de la ciudad, hasta llegar a la entrada de la Esfinge de Khefrén.

Estupefacto me quedé frente a ella, perfectamente alineada en el centro de la Pirámide de Khefrén. A mi lado, un coche oficial del Cuerpo Diplomático con la bandera nacional de Cuba permanecía aparcado con un chófer, sin duda, esperando a alguna dignidad de nuestro país hermano que se hallaría visitando el recinto. Así que decidimos esperar un poco a ver si aparecía Fidel Castro o alguien similar que hablara nuestro idioma. Cuando apareció el embajador de Cuba y dos miembros del Consulado en El Cairo, no pudimos más que saludarles. Su gesto fue de inmenso agradecimiento. Su cariño hacia el pueblo español no se hizo esperar. Son conscientes que España se pasa el bloqueo americano por el "Arco del triunfo", que Cuba es nuestra "niña de mis ojos" y que, pase lo que pase, el sentimiento de cariño, amistad y hermandad está y estará siempre ahí.

Finalmente, terminamos la amable conversación que se saltaba cualquier protocolo establecido con frases como "Hasta la victoria siempre", mientras el coche oficial de nuestros amigos se perdía entre las calles de Gizá.

El calor se hacía insoportable y la mayoría del grupo que nos había acompañado durante el viaje, permanecía en el hotel, seguramente muy cerca del cuarto de baño, sufriendo con su diarrea y alguna insolación.

Decididos a hacer la maleta, comer en la pizzería y darnos el último baño en la piscina convenimos regresar al hotel por otro camino que nos condujo a un zoco donde se vendían todo tipo de pescados y verduras. Las casas árabes en construcción permanente durante generaciones, no impiden la aparición de la elegante silueta de las pirámides sobre sus tejados.

Ya se acaba lo bueno. Tras una cena de buffet, ligera, en el Hotel Meridien Pyramids con Adel, el presidente de Aton Travel, la agencia que tan gentilmente nos ha recibido en Egipto, nos despedimos afectuosamente de todo su equipo.

Un último traslado. Un vuelo de regreso a España. Y la noche pasó a bordo del avión de Iberia que nos devolvería a la realidad monótona del día a día, del trabajo en la oficina, de la rutina de la casa, el supermercado, los telediarios...

En silencio, junto a Isabel y Leonor, unidos por las manos, cubiertos con una manta y sin mediar palabra durante el viaje, llegamos a Barcelona y, posteriormente, a Madrid, donde el sueño faraónico se desvaneció en nuestras mentes.

¡¡¡ Hasta siempre Misr !!! ¡¡¡ Algún día volveré, Inshallah !!!


GLOSARIO

Ael Salamae, As-Salam. En árabe. Saludo cordial.
Allah ya tik. En árabe: Que Dios te ampare.
Allah yihannin aleik. En árabe: Dios tenga piedad de ti.
a.n.e. Antes de nuestra era.
Bakshish. En árabe: Regalo.
Cheikh. En árabe: Alcalde, autoridad moral o religiosa.
Corniche. Calle principal y comercial de las ciudades egipcias junto al Río Nilo. Viene a ser como el Paseo Marítimo de la costa mediterránea.
d.n.e. Después de nuestra era.
Esfinge. Estatua, generalmente sedente, con forma animal y rostro humano.
Estela. Monumento a modo de losa o columna en posición vertical, decora1da con relieves e inscripciones y erigido en conmemoración o recuerdo de algo.
Faluca. Embarcación pequeña típica de vela latina que surca el Nilo.
Fellah. En árabe: Nombre con el que se denomina a los coptos.
Galabiya. En árabe: Nombre con el que se conoce a la túnica típica que visten los egipcios y nubios a modo de chilaba.
Hipogeo. En griego clásico: Bajo tierra. Nombre que se da en Egipto a las tumbas excavadas en el suelo como las del Valle de los Reyes.
Imshi. En árabe: ¡Largate!
Inshallah !!! En árabe: ¡Ojalá!, ¡Si Dios quiere.!
Jawayas. Del árabe: Nombre despreciativo que aplican a los turistas.
Ka. En Egipcio antiguo: Palabra que expresa la fuerza fundamental del hombre a quien nunca abandona. Se le considera "el doble" del fallecido, pero el concepto es más amplio. Viene a ser como el "alma" cristiana o los "sacras" hindis.
Kebabs. En árabe: Plato típico turco hecho a modo de hamburguesa, en brocheta o al plato, a base de carne de cordero asado y ensalada. Delicioso.
Khepresh. Corona militar o de parada reservada al faraón.
Kom. En árabe: Colina, pequeña montaña.
Maaleesh. En árabe: No tiene importancia.
Ma fish bakshish. En árabe: No tengo regalo para ti.
Ma fish, ma fish. En árabe: ¡No tengo nada para ti!
Mer. Del egipcio antiguo. Nombre con el que se denominaba a las pirámides.
Misr !!! Nombre con el que se denomina a Egipto.
Muacín. El hombre que llama a la oración a los musulmanes desde el minarete de las mezquitas.
Narguile. En Egipto: Nombre que recibe el tabaco para fumar en pipa de agua. (Galicismo).
Nilómetro. Pozo construido en las cercanías de los Templos que sirve para predecir las cosechas y medir las crecidas del Nilo.
Noray. Término marinero: Piezas, generalmente de hierro, afirmadas en los muelles para hacer firmes las amarras de los buques. Tienen mayor anchura en la parte superior que en la inferior para que no se zafen los cabos y son de forma cilíndrica para que la gaza se acople en su forma curva y sufra el mínimo rozamiento.
Piramidón. Piedra monolítica con forma piramidal que se situaba en el punto más alto de la pirámide y se recubría de caliza.
Saeh. En árabe: Extranjero o turista de forma despectiva... Similar a "guiri".
Salam Sukran. En árabe: Gracias.
Salat al-Magrib. La oración del atardecer, obligatoria por el Corán.
Sayidis. En árabe: Nombre que se les da a los musulmanes artesanos, agricultores, etc...
Serdab. En árabe: sótano o cueva.
Serekh. En árabe. Fachadas que imitaban palacios y que cubrían los enterramientos de la I y II dinastía egipcia. (Periodo Tinita)
Shisha. En Egipto: Pipa de agua utilizada para fumar tabaco.
'Shlama o Beslama. En árabe. Adios !
Uskut. Del árabe: ¡Callate!
Yallah, yallah. Del árabe: ¡Vamos, más rápido!




EPILOGO


"Las musas nunca aparecen si no te pillan trabajando."
(Pablo Ruiz Picasso)

"El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides"

(Proverbio árabe)
"Una vez creí en un padre y el mundo me pareció pequeño e inaccesible.
Una vez que él se fué... el mundo me pareció infinito."

(Del film "Mosquito Coast")


BIBLIOGRAFÍA

A.A.V.V. , Egipto, Conde Nast Traveller, Nº II. Ed. Conde Nast. Madrid. 1.999.

A.A.V.V., Egipto, El Mundo de los Faraones. Ed. Könemann Verlagsgesellschaft. Köln, 1.997

A.A.V.V., Egipto, Atlas Culturales del Mundo. Ed. Folio / del Prado. 1.992

Burac, Maurice. La Tierra un planeta espectacular. Ed. Reader's Digest S.A. de C.V. México, 1.995.

Kennedy, Douglas, "Más allá de las pirámides." Ediciones B.S.A. Barcelona, 1.998.

(c) Óscar Quirós Romero, 2.000.

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