lunes, 1 de octubre de 2007

Venezuela: Al Sur del Orinoco

Cuadernos de Viajes
por
Óscar Quirós

Pensamientos, historias y aventuras vividas en algunos lugares del mundo.


VENEZUELA, 1.993



A los niños indígenas de todo el mundo, por haberme enseñado a encontrar la felicidad sin necesidad de tanta abundancia material. Por sus ojos, su sonrisa, su profundo respeto a la naturaleza y ese gran amor que tienen a la vida: su mejor tesoro.
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Venezuela:


Al sur del Orinoco:



"Al sur del Orinoco, muy al sur, más allá de la espesa selva por la que el Caroní, el Aro, el Paraguá y otros rios se abren paso con dificultad en el corazón mismo de la Guayana …"

Alberto Vázquez de Figueroa "Al sur del Caribe"


Tras ocho horas y media de vuelo, aterrizamos en el aeropuerto de Caracas. Tras el paso por la aduana, una tormenta tropical nos detuvo por un buen rato en la autopista que une Maiquetía con Caracas y que atraviesa el Parque Nacional de Ávila. Tras una noche salpicada de tabernas, restaurantes y discotecas en la antigua Santiago León de Caracas, hoy capital de Venezuela, nos despertamos dispuestos a afrontar una de las mayores y más bonitas aventuras que me han sucedido en la vida.

Tras subir a bordo de la avioneta de Avensa (Compañía interna venezolana y filial de VIASA) comenzamos a volar sobre la bella costa de Venezuela.

El Mar Caribe está tranquilo y permite a los bañistas del área de Playa Macuto disfrutar de su descanso, mientras los cruceros de la Carnival Cruises Lines arriban a su puerto más cercano: La Guaira.

Casi a la altura de Barcelona, el avión da un giro de 45 grados hacia la derecha para internarse en la espesa selva.

El verde comienza a ser el color predominante, mientras aparecen los primeros brazos de agua turbia del Delta del Orinoco. El espectáculo es sobrecogedor, especialmente al aterrizar en Ciudad Bolívar.

Aquí el río llega a alcanzar los ocho kilómetros de ancho. Más que río, parece un mar inatravesable, rebosante de carnívoras pirañas, de fuertes corrientes, de belleza salvaje. Colgado sobre sus aguas sobresale, imponente, el Puente de la Angostura que comunica la ciudad con el resto de la nación.

Volvemos a despegar.

El piloto se permite un lujo y se sale de la ruta aérea establecida para atravesar un tepuy por su hendidura central. Qué pasada !!!

Aterrizamos…

Un bote, dos botes, tres… alguno más … la pista de tierra arcillosa se llena de polvo. Las ruedas echan humo y las llantas chispas ...

Este cacharro no frena.

Ahora si. !!! Buuuufff!!!

Óscar pisa tierra y besa el suelo como el amigo Karol Woitila (el Papa) cada vez que viene a Madrid, de turismo entre madres pedorras que gritan contra el aborto con sus cálidos abrigos de pieles. Me dicen que Dios está en todas partes, pero es que este tío… ya ha estado en todas partes antes … y no es agente de viajes … !!!! Para qué habré hecho mi carrera, si se viaja más y mejor siendo cura ???

Cosillas de Occidente, pero me lo tendré que replantear.


Hola, Canaima.

Nos encontramos en el Macizo Guayanés, en Canaima, en la confluencia de los ríos Carrao y Caroní, este último afluente del Orinoco. La belleza del paisaje, los tepuys, los saltos de agua, la exhuberante vegetación , el sol … Es abrumadora !!!

Las excelentes instalaciones del campamento que Hoturvensa posee en la Laguna de Canaima, son el mejor punto de partida para descubrir los secretos naturales que encierran este Parque Nacional.

Es la segunda vez que vengo. El año pasado estuve aquí y dejé buenos amigos. Así que, como hoy no estoy para aventuras, (ya he tenido bastante con este aterrizaje de angina de pecho), me voy a dedicar a buscarlos y a preparar los próximos días.

Me dirigí, tras una comida a base de frutas tropicales y una buena "polarcita" (la mejor cerveza venezolana) a una tienda, "Makunaima", situada a las afueras del campamento preguntando por una de esas personas que ves dos veces en la vida y la quieres como si fuera tu hermano.

O.- Hola Sandra!!!, has visto al "Güevón"…???

Su cara se iluminó …

S.- Oscar, que cheverísimo, otra vez tú aquí ??? !!!

Besos, abrazos …. Y mucha emoción.

S.- Víctor me ha enseñado las fotos de España, cuando estuvo en tu casa. Me contó sobre la Expo'92 de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona, sobre tí… Agarró a unos turistas y tiene que estar al llegar del full day al Salto del Sapo. No se lo va a creer !!!

O.- Por favor, no le digas nada. No le digas que estoy. Luego vengo, OK ???

Me perdí un ratito por los jardines del hotel, antes de deshacer mi maleta y regresar a la tienda.

Una vez caída la noche, le vi de espaldas. Le tapé los ojos y le dije:

O.- Hola "güevón", te prometí que volvería. Aquí estoy y no tienes ni puñetera idea de quien soy.

Se giró y destapé.

No sé cuánto tiempo pudimos llorar abrazados.

Hay veces en la vida que sobran sentimientos y faltan palabras.


Así me reencontré con Víctor, un venezolano mitad criollo, mitad indio-pemón que se dedica a conquistar turistas, principalmente, españolas e italianas, mientras susurra aventuras, vivencias y alguna mentirijilla dentro de este Parque Nacional que, con sus 30.000 kilómetros cuadrados (es más grande que la Comunidad Autónoma Gallega) se me antoja un lugar irrepetible en este desordenado planeta.


Entre tragos de Pampero Aniversario, el mejor ron nacional, aliñado con zumo de lima, Pepsi (aquí tiene un sabor muy diferente) y hielo pilé, preparamos las jornadas siguientes.

V.- Mañana a las seis de la mañana, de pié. Que aunque el río viene bajo de agua, nos vamos al Salto del Angel.

O.- Víctor, qué necesito, qué me llevo ???

V.- Una hamaca, un buen desayuno y de lo demás me encargo yo, OK ???

O.- Chévere.

Madrugarme a mí, suele ser duro. Pero, juro que ese día no me costó nada.

Cuando sonaron unos nudillos en mi puerta, yo ya estaba vestido, duchado y desayunado.

Sí !!!. La emoción, la adrenalina hacían que mi cuerpo se sintiera como un mero instrumento para que yo viviera más intensamente mi regreso a Canaima.

Sorpresa !!! . No !!!, no era el "güevón". Era la negra gorda y más dulce que yo he tenido el gusto de conocer en toda mi vida: Tamaira, mi Tamaira.

Ciento ochenta kilos de amor, de belleza (es guapa… como ella sola !!!) de belleza exterior e interior. Ciento ochenta kilos de calor, de carne, de sensualidad, de feminidad, de abrazos … Es ella, sólo puede ser Tamaira!!!.


Sobre la laguna de Canaima, ver amanecer es algo irrepetible y más, si estás acompañado de amistad, sensibilidad y buena gente. No tengo derecho a pedir más.


Mientras las madres junto a sus hijitos, los indios pemones, comenzaban a lavar su ropa en las aguas del río, comenzamos a hacer los preparativos para los tres días que nos iba a llevar nuestra expedición a lo largo del Auyantepuy: La montaña del Diablo.

Partimos muy temprano en un Toyota 4x4 hacia Puerto Ucaima. Me encantan los manchones amarillos y negros con los que han pintado los Land Cruiser.

Puerto Ucaima es un apacible paraje junto al Río Carrao, por encima de los saltos de la Laguna de Canaima, donde están atracadas las curiaras: unas barcas hechas a base de troncos de madera quemados. Aún así tienen motor y de buena potencia ya que tenemos que remontar el río contra corriente.

El Carrao está precioso. Las altiplanicies, llamadas aquí Tepuys, y la espesa vegetación costera, se reflejan en sus cobrizas aguas como un espejo.

El ruido del motor y la estrecha quilla de la barca, rompen la monotonía de la foresta abriendo las aguas, creando un suave oleaje que nos adormece.

Hugo, uno de nuestros remeros va en proa, de pie, vigilante de las corrientes y las rocas que pueden, por sorpresa, sobresalir de las aguas. El Carrao va especialmente bajo. Esta excursión ya no se vende a los turistas. Víctor, el "güevón", la ha preparado especialmente para mí. Que tío más genial !!! Estamos en la estación más seca: hablo del mes de Octubre.

Dejamos a la izquierda lugares maravillosos como el Wey Tepuy (el Tepuy del Sol y la Luna) que atravesamos con la avioneta antes de aterrizar y lugares más típicos, pero no por eso menos llenos de belleza, donde paran a todos los "guiris"… como el Pozo de la Felicidad.

Hay prisa. A pesar que el río va bajo de agua, estamos aprovechando la leve subida de nivel que provoca el rocío matinal. Si esto baja, nos quedaremos embarrancados.

Llegando a Isla Orquídea, el río tiene una bifurcación, y Hugo, elige el brazo derecho: el Churún.

El río se estrecha. La vegetación comienza a cubrir nuestras cabezas. El sol se asoma levemente entre las copas de los árboles. Las piedras comienzan a hacer sonar el casco de nuestra pequeña embarcación.

En un fuerte movimiento del río, Hugo pierde el control. El pobrecito se tuerce la mano y se le escapa uno de los dos remos. Por suerte, logré recoger el remo mientras Víctor se preocupaba por el estado de su muñeca.

El susto fue grande.

Perder un remo aquí puede ser catastrófico. Al subir son necesarios para medir la profundidad del río. Al regreso, para esquivar las rocas cuando la fuerte corriente acelere la embarcación. De todas formas, Hugo es un indio kamarakoto, y si pierde el remo se lo descontarán de su sueldazo de 7.000 bolívares mensuales, unas 7.500 pesetas. El remo vale 4.000 "bolos" y él tiene familia. Me da las gracias y la mano. Ya sabe quién soy. Hugo y su hermano fueron mis remeros el año pasado.

Él nunca habla. Sólo mira, asiente y agradece con esa mirada profunda que sólo la buena gente, especialmente, indígena, sabe tener.

Recibido el mensaje Hugo. Gracias a tí por tu generosa mirada y amistad silenciosa. - pensé -

Me recuerda, porque el año pasado tuvimos Víctor, Hugo y yo una experiencia inolvidable:

Haciendo el recorrido típico para turistas hicimos alto en uno de los poblados pemones en la sabana de Mayupa. Allí habita una pequeña familia que tiene una tiendecita de palmas y abode donde venden artesanía y refrescos. El frigorífico es americano de los años cuarenta y funciona con un generador. La artesanía, los collares, están hechos a base de semillas naturales cosidas a mano con hilos de yuca.

Tras atendernos, ella se desmayó. La verdad es que su embarazo era más que evidente y el calor, sofocante.

Al principio, lo achacamos al esfuerzo.

Poco tiempo después de tumbarla en su chinchorro, y abanicarla, con un marido pálido a su lado, nos dimos cuenta que estaba apareciendo una vida más. Un nuevo indito pemón. Una nueva estrella en este firmamento de sensaciones y sentimientos imborrables que uno tiene aquí el gusto de contar.

La sangre y los restos de la matriz caían a borbotones hacia el suelo entre los hilos resistentes de la hamaca. Tras el susto de un inocente y novato paridor (comadrona, no???), vino la alegría del llanto del nuevo bebé. La felicidad de los padres y el orgullo, mejor dicho, el honor de haber presenciado lo más bonito que un hombre puede presenciar.

Si !!! Hugo, se acuerda de mí. No dice nada. Pero me aprieta las manos y sonríe. No me hace falta más.

Continuamos hasta un lugar cercano al Salto del Angel que conocen como Isla Orquidea y allí acampamos esa noche.

Hicimos fuego. Una rica cena. Un rico ronSSSito. Y dormimos los cinco acurrucados para evitar el frío del húmedo amanecer. Tamaira, Víctor, Hugo, su hermano Alfredo y yo.


El sol despunta. Nuestros cuerpos comienzan a desperezar gracias a los gritos de Manolo. Mejor dicho, Don Manuel.


Manolo es el guía de guías. Un hombre apasionante que nos ha reavivado las brasas para prepararnos café antes de comenzar a berrear y darnos leves patadas para sacarnos de nuestros chichorros.


Acartonados por la intensa humedad comenzamos a movernos, oliendo a ese maravilloso café de la vecina Colombia. Es tan delicioso, que no necesita aditivos como la leche… ni siquiera el azúcar.


Manolo es un hombre mayor. Tiene sesenta y dos años.

De nacimiento gallego. De sentimiento, sin pasaporte.

El tuvo una mujer y tres hijos allí, en España. Un día, hace mucho, mucho tiempo, viajó al Brasil, a Manaos. Allí quedó prendido por la belleza de la selva, de su gente… Nunca más regresó. Decidió desaparecer.

Si se me permite, su actitud puede ser discutible hasta que, realmente, descubres la magia de todo lo que encierra este lugar recóndito.

Siento lástima de su familia. Pero, no porque él no quiera volver a su lugar de origen, sino porque sus hijos no han podido disfrutar de todas sus vivencias. Yo, también, sé lo que es perder un padre antes de tiempo…


Manolo es uno de los mejores guías que uno puede tener en la cuenca del Amazonas y en el área de las Güayanas. Lleva aquí más de treinta años recorriéndose a pie la ruta que lleva desde Manaos, en Brasil, hasta el Delta del Orinoco, en Venezuela.

Ha explorado, ha visto, ha conocido, ha acompañado a gente tan importante como a los españoles Félix Rodríguez de la Fuente o a Miguel de la Cuadra Salcedo.

Ha sido objeto de indiscretas películas que lo han delatado a lo largo de los años sin que nadie pudiera reconocerle ya que, siempre, trabajaba en la sombra, con esa piel dura y curtida por el sol. Pero él, sigue viviendo feliz donde le gusta… No caben reproches !!!

Desayunamos, saboreando sabrosas arepitas rellenas de suave queso güayanes. Jugosas papayas y enormes trozos de güayaba. Refrescante jugo de lulo. Delicioso café "güayoyo", como tengo que llamarlo para que tenga un poquito de leche o, "negrito" si se prefiere sólo.

Manolo nos cuenta historias y viejas leyendas sobre estos parajes que nos rodean.

Nos habla del espectácular "Encontro das aguas" en las cercanías de Manaos, donde se unen los cauces del Río Negro y el Amazonas. Sus aguas de color negro y amarillo se juntan pero no se mezclan, no se diluyen, y continuan su recorrido hacia el mar tiñendo al Río Amazonas con enormes manchas de diferentes colores.

Recuerda expediciones, como la de Félix Rodríguez de la Fuente en la que, compartió con él, el apresamiento de una enorme anaconda en el Delta del Orinoco, rodeados de insaciables pirañas. (Esta imagen me vino inmediatamente a la cabeza. Es una de las escenas que aparecen en los titulares de los episodios de la serie "El hombre y la tierra" que yo veía en mi niñez y me marcaron claramente.)

El sonido del agua que produce el Salto del Angel y el enorme griterio de los pájaros e insectos ocultos en el verde follaje selvático, adornan sus palabras.

Manolo sigue con su soberbia clase magistral.

El Salto del Angel, debe su nombre a un aviador americano. Un buscador de oro que, al sobrevolar esta zona en busca de la mítica ciudad perdida de El Dorado, confundió, por el reflejo del sol, el salto de agua con un filón de oro en el corazón de la montaña.

Y así fué. Sin pensarlo, trató de aterrizar en la cima del Tepuy para comprobar con sus propios ojos si, por fin, había podido conseguir el sueño de su vida.

No sé si le cegó el reflejo solar o el humano defecto de la avaricia. Lo que si sé es que la cima del tepuy no es, en absoluto, una meseta donde se pueda aterrizar. Es una planicie llena de traicioneras fosas producto de la erosión por la exposición a los agentes exógenos durante millones de años a la intemperie.

El aventurero se estrelló con su frágil aeronave quedando tendido entre los restos desperdigados de fuselaje.

Todo esto no hubiera podido pasar a la historia si no es porque el Señor Laime, un personaje mitad ermitaño, mitad explorador, lo rescató de entre los hierros y lo llevó a un refugio secreto donde él aún vive.

Durante dos semanas lo atendió y le procuró cuidados y comida.

Le demostró que lo que había visto era, simplemente, un salto de agua de algo más de mil metros de altitud.

Le convenció que lo que mejor podía hacer era regresar a su hogar y olvidar la romántica aventura de encontrar la secreta ciudad de El Dorado que él mismo había estado buscando desesperadamente.

"Yo, al final, desistí. Pero me he quedado viviendo en este paraíso perdido." - le dijo - "porque no me interesa nada de lo que hay fuera de esta selva."

Laime decidió acompañarle atravesando la selva a pié hasta Ciudad Bolivar para, después de trescientos kilómetros, dejarle en el primer lugar civilizado con aeropuerto.

Ciudad Bolívar, una ciudad histórica desde la firma del Tratado de la Angostura, está situada en el corazón de la selva, en las lindes de un impresionante Río Orinoco, donde éste alcanza ocho kilómetros de anchura.

Agradecido, se despidió. Angel regresó a su país, y Laime a su hogar.

Angel nunca volvió. Pero si dió a conocer en Norteamérica las maravillas naturales que había visto.

Manolo, se sentía emocionado, como nosotros.

Nos ha prometido algo que muy pocas personas en este planeta han podido hacer.

Su amigo, el escurridizo ermitaño Laime, nos iba a recibir a comer en su humilde morada.

Recogimos apresuradamente los restos de nuestro desayuno.

Comenzamos la marcha, atravesando la enorme caída del Salto del Angel. Detrás la cortina de agua, tiene una gruta abierta con suelo resbaladizo que, empapándote, permite ser atravesada.

Manolo iba delante, abriendo el sendero con su machete. Las palmas que caían al suelo iban a servir de alimento para la tropa de hormigas (aquí miden casi un centímetro) que, hoy, iban a encontrar más fácilmente su sustento.

Atravesamos arcaicos puentes tibetanos. Cruzamos arroyos descolgándonos con lianas.

Todos íbamos en silencio poniendo imágenes mentales a las historias que acabábamos de escuchar.

Recuerdo que, en tres horas de marcha únicamente el güevón me hizo un somero comentario:

- Óscar, te juro que este Laime, lleva meses, años quizás, sin recibir a nadie. Trabajo en Canaima desde hace seis años. Tengo prohibido decir a los turistas que este hombre existe. No le conozco, nunca le he visto. ¡Estoy emocionado! ¡No te imaginas, qué suerte estamos teniendo!

La escarpada loma del Tepuy se le hacía interminable a mis piernas. Pero mi espíritu estaba lleno. Completo. Full of happiness.

Pasamos junto a los Guardianes del Salto. Doce formaciones rocosas en forma de aguja desde las que se divisa el Salto del Angel en todo su explendor.

Por fin, llegamos a una llanura verde en la que, postrado en unas rocas, encontramos a un anciano sonriente.

Con ayuda de su bastón y su pulso tembloroso se incorporó para recibirnos.

Pronto adiviné que ese anciano enjuto, frágil, nonogésimo era el mismísimo Laime. ¡Ahí estaba la gran leyenda!

Su corta estatura, su arqueada espalda, su bastón de madera, su sabiduría me recordaba más al Caballero Jedi de "El imperio contraataca", que a todo lo que había oido hablar de él.

Con respeto y silencio cautelar fuimos presentados uno a uno, antes de dirigirnos a su pequeño campamento.

Laime pasa los últimos años de su vida rodeado de todo lo que ama. Casi no se acuerda de hablar. Todo lo que nos cuenta es telegráfico, meditado. Su tono de voz delata su debilidad y ese gran esfuerzo que tiene que realizar para comunicarse con alguien.

Dice que no habla porque cuando vives en la naturaleza, te comunicas con los animales, con las plantas, con la lluvia, con el sol, a través del corazón y la mirada. Y que, aquí, es la única manera de entenderse.

La naturaleza es música y no palabra.

Dice que todo lo que es sonido no provocado por la naturaleza es contaminación que afecta a todo el entorno, distorsionando la paz y el equilibrio natural.

Si, definitivamente, habla como Jedha.

Gracias por tu comida y por tu presencia, amigo.

¡Que la fuerza te acompañe.!

Que la naturaleza que ahora te rodea, pase a ser parte de tí cuando, algún día, desaparezcas. Ese es tu deseo y el nuestro.

Manolo nos advirtió que no podíamos hacer fotografías de este encuentro. Ni siquiera delatar la existencia del viejo ermitaño. Pero, supongo, que cuando alguien lea estas notas de cuaderno, él ya será una parte más de esta selva. Aunque aquí, hoy, Laime ya se respira en la suave brisa del crepúsculo.

Regresamos a Isla Orquidea bien temprano. El atardecer en la cuenca del Orinoco se hace peligroso. A esta hora es cuando salen de caza los principales depredadores de este habitat: los reptiles.

Nunca te puedes descuidar disfrutando de la belleza natural. Siempre hay un escorpión escondido, una culebra seseando, una araña acechando.

Manolo me contó, que una vez se unió a una expedición alemana, que trataba de realizar la Ruta de Humboldt. Remontar el Río Negro desde Manaos hasta la Piedra del Cocuy, en la frontera natural que marca el río entre Brasil, Colombia y Venezuela.

A los dos días de navegación contra corriente, uno de los expedicionarios sintió un fuerte pinchazo en la cabeza. Posiblemente, una picadura de mosquito o un insecto similar.

El médico de la expedición le hizo una pequeña cura y le restó importancia al incidente, ya que todos sus miembros iban vacunados contra el tifus, la malaria y la fiebre amarilla.

A los catorce días, le comenzó a surgir una protuberancia en la frente, como un chichón colorado lleno de pús, acompañado de temblores, sudor y unas fiebres cercanas a los 42 grados de temperatura corporal.

Para no hacer parar al resto del equipo (las provisiones ya eran limitadas y sólo quedaban ocho días para el objetivo) decidió sajarle y realizar una cura de urgencia.

La sorpresa vino tras el segundo corte.

Comenzarón a surgir unos gusanos blancos, gordos, del tamaño de la falange de un dedo pulgar.

Recuerda sus movimientos retorcidos.

El dolor del paciente.

Las caras de sorpresa del médico y el resto de la expedición.

Por un pequeño descuido tuvieron que abandonar antes de tiempo, para dirigirse a San Carlos del Rio Negro por tierra, para que no perdiera la vida.

Como siempre, un insecto es el dueño de la selva. De la vida de los seres más grandes, fuertes y bélicos que la naturaleza a sabido concebir: La especie humana.

Este relato me conmocionó. Y me hizo aprender a respetar a esos pequeños compañeros de viaje tan bellos, como pequeños y molestos. Nunca podré olvidar la cara de horror de Manolo cuando terminó su explicación.

Por cierto, el alemán se salvó y, dos años más tarde, repitieron con éxito la aventura. Además, esta vez, hicieron un reportaje para la televisión alemana.

Por la noche, el peligro es otro: los reptiles. Y, así, se explica la existencia de la hamaca.

Un invento que, hoy, es algo tan vulgar y cotidiano, pero que, en Europa, revolucionó la Marina y la forma de navegación de las principales potencias militares.

En los primeros viajes de Colón, las carabelas españolas no iban dotadas de lugares acondicionados para el sueño. Los marineros, por turnos, iban durmiendo en los duros, fríos y curvos suelos de madera. Entre ratas y provisiones putrefactas. Sin fruta y sin agua potable. El escorbuto, la tuberculosis eran las enfermedades cotidianas que más bajas producían abordo. No eran precisamente viajes de placer. Había que huir de la cárcel o la
temida y salvaje inquisición católica para que un hombre extremeño o andaluz, católico, judío, morisco o converso, decidiera pasar por esta situación. (Imagínense lo que debía significar vivir en la España del Siglo XV o XVI para tener que asumir esta decisión.)

La llegada a suelo americano, permitió la exportación de los primeros productos e inventos: el cacao, la papa, el tabaco y la hamaca.

La hamaca era utilizada por los Indios Arawaks y Tainos que habitaban en La Española, para protegerse por la noche del ataque de las serpientes y demás animales mortales.

Una cama móvil, fácil de transportar y de montar que sólo necesitaba dos puntos altos de apoyo para disfrutarla.

La aplicación en la sentina de los barcos no se hizo esperar.

Te libraba de los mordiscos ratoniles, del contacto con el frío suelo y del movimiento de la nave producido por el oleaje.

Sí señor, todo un invento !!!

Así me explico la forma que tiene el campamento instalado en Isla Orquídea.

Son ocho postes de madera que sustentan un techo de palma. Contiguamente, una cabaña con paredes, pero sin techo, que hace de chimenea. En el exterior un círculo de piedras que rodea la fogata donde Manolo,']']

La temperatura ha bajado. El fuego, el ron y nuestro cantar nos mantiene juntos, felices. Pero es hora de dormir.


Hoy me he levantado el primero. Increible! Voy a despertar a alguien para que me haga una foto y de fé de este evento. ¿Dónde hay un notario?

El olor del café hace que se empiece a mover el dedo gordo del pie derecho de todos nuestros amigos.

¡Vamos, arriba! ¡La mesa está puesta!

Con la mesa preparada la pereza desaparece. Como balas todos toman posiciones en sus asientos..

Son las cinco y media de la mañana y tenemos que aprovechar el rocío y el aumento de cauce del río para regresar al Campamento de Hoturvensa.

Nos hemos comido todo y no vamos a encontrar provisiones hasta llegar al poblado Kamarakoto, que se encuentra a unas ocho horas, río abajo, de aquí.

Así que desmontamos todo y lo cargamos en la "curiara". Prohibido dejar basura.

Ahora, con el cauce a nuestro favor, el descenso del río es más emocionante.

Hugo, nuestro remero, va de pie en proa, hundiendo el remo para medir la profundidad del río. De paso, va frenando la velocidad que, poco a poco, alcanza la embarcación. La dirige golpeando con el remo y, a veces, con sus brazos, las rocas que se interponen en nuestro camino. Su hermano, mientras tanto, viaja detrás cuidando de nosotros, intercambiando el remo de un lado a otro, totalmente plano, para ir frenando.

El río está lleno de rápidos. El agua nos salpica y, en ocasiones, nuestros amigos permiten a la embarcación que se embale para provocar unos segundos de emoción.

Estoy muy tranquilo, se conocen este afluente a la perfección.

Llegamos a la bifurcación del rio y continuamos por el Carrao hacia nuestro destino.

¡Adios Auyantepuy! ¡Adios Montaña del Diablo!

Después de unas horas esquivando rocas, y rozando el casco en las piedras invisibles de los rápidos, llegamos a Kamarakoto.

La verdad es que no me esperaba una recepción tan amable. Muy pocos hablan castellano correctamente.

Los kamarakotos, son una tribu indígena, que se dedica a la agricultura, la pesca y la recolección de frutos del bosque. A veces, los días festivos, los guerreros ancianos reviven sus antiguas costumbres cazando pájaros con sus cerbatanas.

Hoy, van a salir de caza para celebrar nuestra llegada. Nuestra falta de provisiones y el ansia de conocer su forma de vida me incita a acompañarlos.

El resto del grupo decidió quedarse en el poblado.

Me regalaron un taparrabos que, inmediatamente, me puse. Unas mujeres que sonreían o, mejor dicho, se reían de mí, me pintaron la cara con unas pinturas de origen vegetal dejándome hecho un Cristo.

La espesura selvática impedía ver el cielo. Pero ellos, en silencio, escuchaban todos los sonidos de la selva. No había gritos, ni palabras. Sólo pequeños golpes en la espalda y señas identificando lugar y tipo de animal escondido en la selva.

Saben que algo nos persigue.

. Preparan sus cerbatanas y los dardos envenenados.

- Puchff! Puchff!

Dos dardos envenenados sirven para hacer caer un guacamayo de un árbol.

Lo recogen, pero lo dejan en nuestro camino. No sé si para tapar nuestras huellas, olor o, simplemente, si es un ritual para el augurio de una buena caza.


Unos pasos más adelante, me lo explican.

- Lo que nos perseguía era ... un jaguar !!!

Como diría Arturo Fernández en "La Casa de los líos":

- ¡¡¡JOooooodeeeeeERRRR!!! - Perdón pero, no es para menos.

La pretensión era saciar su apetito y que se olvidara de nosotros. No nos iba a atacar, dicen, pero su presencia nos espanta la caza. Los animales se avisan entre sí.

Vamos, que este jaguar les ha cobrado un impuesto por utilizar su zona marcada. Así que he decidido llamarle: Rodrigo, "Rato", claro.

Seguimos el sendero y, trás atravesar un río, vimos la primera pieza:

La misma operación de soplado. Pero, esta vez, el Ministerio de Hacienda no está presente y se cargan al animal a la espalda.

Estaban contentos. hacía muchos días que no conseguían una pieza tan importante. La carne era suficiente para que, hoy, comiera todo el poblado.

Regresamos al río donde decidieron darse un chapuzón. Mientras tanto, Mario daba una vuelta por los alrededores. Yo, en cambio, me apunté al baño.

Después de secarnos como lagartos, en unas enormes piedras lisas bajo el sol, nos preparamos para regresar, orgullosos de nuestra caza. Pero, Mario, nos había preparado una suculenta sorpresa.

Traía en las manos cuatro tortillas envueltas en hojas de palma.

A mis amigos se les desorbitaron los ojos.

Las sonrisas volvieron a aparecer mientras nos volvíamos a poner en cuclillas en las mismas rocas donde nos habíamos secado minutos antes.

Mario había encontrado cuatro madrigueras de tarántula que, bien tratadas con un fino y alargado palo, las hace salir minuciosamente de sus cuevas.

Las tanrántulas eran hembras y estaban preñadas.

Se las exprime cuidadosamente el viente para dejar caer los huevos sobre la hoja de palma. Con ésta, son envueltos y se ponen sobre las brasas de una mini hoguera. De ahí sale la tortilla. Especialidad culinaria de los Kamarakotos.

Pero, al igual que el cerdo en mi añorada Iberia, no se desprecia nada del cuerpo. Su piel se frie, desapareciendo los negros pelos y quedando algo parecido a los torreznos castellanos. El aguijón mortal, ya no tiene veneno, por lo que se utiliza al final de la comida para hurgarse entre las encías y retirarse los restos que, del sofrito arácnido, aún queden.


He visto comidas originales. Pero, en cuestión de cepillos de dientes, me han desmantelado.

Arguiñano, toma nota pués!

Después de este suculento "vermuth", nos dirigimos al poblado.

Ni que decir tiene que la excursión nos ha abierto boca, ¿ no ?

Las mujeres ya habían preparado el fuego.

Los hombres están asando en él los pescados que antes habían recogido del río.

El sonar de los morteros moliendo maíz que luego se convertirá en calientes tortas y en refrescante cerveza y los cánticos de los niños que sonaban, acompasados, llenaban la tarde de alegría y belleza.

La escasez hace la felicidad. La comunión de las gentes hace la armonía.

Aquí todos colaboran. Todos hacen de todo. No hay reproches, ni discusiones. No les afectan las caidas de la bolsa, no escuchan la televisión, no existe el dinero ni la propiedad, no saben quién es su Presidente y, mucho menos a qué partido político pertenece... Sólo hay miradas agradecidas, bebés mimados, niños jugando, hombres trabajando en plena igualdad con sus mujeres. ¿Qué más puede pedir esta gente?

Se confía más en la solidaridad humana que en la providencia divina.

Piensan globalmente pero actúan localmente.

En medio del poblado hay una cruz de madera que delata el paso occidental. Un paso efímero, pero lo suficiente para haberles dado un idioma y una religión. Su forma de vida, en cambio, es tan ancestral como sencilla.

¡Dios! ¿Si, de verdad, existes? ¡¡¡No permitas que nadie cambie ésto!!!

Trás la comida, nos dirigimos hasta Canaima, donde llegamos rendidos de los golpes que nos ha propinado la fuerte corriente del Río Carrao contra las paredes y asientos de la curiara.

Cenamos en el buffet del Campamento con otra gran personalidad: Don Pedro Maes, director de Hoturvensa y Avensa en Canaima. Gracias a él el turismo internacional puede disfrutar de sus instalaciones y de estos parajes con la tranquilidad de saber que alteramos mínimamente el ecosistema con nuestras visitas. Con la tranquilidad de saber que vamos a recibir la mejor de las atenciones, siempre dentro de las limitaciones que el respeto a la naturaleza impone y que, a partir de ahora, debe ser una premisa global para la especie humana..


Un nuevo sol, un nuevo día, el último en Canaima.

Hoy vamos a recorrer toda nuestra aventura de días anteriores, en un corto vuelo de avioneta. Como lo hizo Angel cincuenta años atrás. Como lo hacen los turistas hoy.

Sobrevolar toda nuestra aventura: el Cañón del Diablo y el Salto del Angel, que con sus 1.003 metros de altura se convierte en la caída de agua más alta del planeta, navegar en una típica curiara desde Puerto Ucaima hasta Isla Orquídea bajo la atenta mirada del Auyantepuy, bañarse en el Pozo de la Felicidad, degustar una barbacoa de pollo y ensalada preparada por Manolo, guía de guías, que gusta de compartir sus experiencias por la selva con los visitantes, o atravesar el Salto del Angel por un pasadizo muy cercano a la gran cortina de agua, son algunas de las fuertes sensaciones que todos deberíamos vivir alguna vez.

Después de estas intensas jornadas de aventura, también hay tiempo para el relax en la excelente playa fluvial del cobrizo Carrao, viendo y escuchando el estruendo de los cuatro saltos de agua que desde mi hamaca se divisan.

Un enorme guacamayo, Perico, se posa y pliega las alas junto a mI.

El pajarraco viene a beberse mi cerveza. Prefiero hacerme el sueco y disfrutar observando a los niños indígenas pemones juguetear en las aguas, junto a sus madres que están haciendo la colada.

¿Será descarado el loro éste ?

En Canaima, la belleza natural continua intacta para disfrute nuestro.

Pero, llegó el peor momento.

Fui a despedirme de Hugo y su hermano Alfredo: Silencio, miradas y un sincero abrazo.

Don Manuel, le quiero. Cuídese mucho. Volveremos a vernos.

Tamaira, mi negra, continúa conmigo el viaje.


Le toca el turno a Víctor, el güevón. Tamaira y yo nos miramos y decidimos invitarle a continuar el viaje con nosotros. Hablamos con su jefa y accedió. ¡No nos lo podíamos creer! Isla Margarita y Puerto La Cruz nos esperan. Guuuuaaaaauuuu !!!

Cuando llega el momento de partir, te recorre la sensación de haber visitado una de las últimas maravillas del mundo: El paraíso perdido.

El avión de Avensa le eleva sobre la selva. Tras una escala en Ciudad Bolívar, aterrizamos en Caracas.

Tamaira se tuvo que quedar pero, con la promesa de volvernos a ver unos días después, en Puerto La Cruz.

Víctor y yo, nos dirigimos a una de las Fuentes de Soda (cafeterías) que existen en el aeropuerto de Maiquetía, mientras esperabamos el avión que nos trasladaría a Porlamar, Isla Margarita, Estado de Nueva Esparta, Venezuela:
"La Perla del Caribe."

Lo que allí pasó es una história que, a lo mejor, contaré algún día.


Glosario

Canaima. Dios de la muerte en la cultura pemona. Nombre del Parque Nacional más extenso de Venezuela.
Churuatas. Chozas típicas de los indígenas venezolanos de la región del Orinoco.
Curiaras. Embarcaciones rústicas de madera que utilizan los indios venezolanos.
Makunaima. Dios del Bien en la cultura pemona.
Tepuy. Mesetas elevadas las fuerzas orogénicas en la Guayana venezolana.



(C) ÓSCAR QUIRÓS, 1.992 y 1.993

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