Historia del Lago de Bolarque (Parte II)
HISTORIA DEL LAGO DE BOLARQUE Y SU COMARCA
Parte II: Desde la Batalla de las Navas de Tolosa hasta la fundación del Santo Desierto de Bolarque.
por Óscar Quirós.
El incontestable triunfo de las tropas cristianas en la épica batalla de las Navas de Tolosa alejó, definitivamente, la amenaza, hasta entonces inminente, del dominio sarraceno y produjo el desmembramiento del imperio almohade en lo que se viene llamando los "terceros Reinos de Taifas", facilitando así el previsible, futuro y definitivo avance cristiano hacia el Valle del Guadalquivir.
Alejado el frente de batalla hasta las estribaciones de Sierra Morena y abandonada definitivamente Calatrava la Vieja en 1.216 - tras la derrota de Alarcos -, los caballeros de la Orden se dedicaron a levantar su nuevo y moderno centro de operaciones en Calatrava la Nueva. Esta repentina pérdida de intereses en la comarca condujo al progresivo declive de la Orden en nuestro territorio.
De vital importancia política fue la concesión entre 1.220 y 1.225, por parte del Rey Fernando III, del denominado Fuero Grande de Zorita en el que se tratan los aspectos más relevantes en la vida económica, social y política.
Poco a poco, la Orden de Calatrava irá perdiendo influencia en el Común de Villa y Tierra de Zorita, muy especialmente, tras la derrota infringida por los portugueses a las tropas castellanas en 1.385, en la Batalla de Aljubarrota, en la que murieron todos los soldados enviados desde nuestra encomienda, excepto uno. Zorita quedó diezmada, contando entonces con tan sólo 25 familias. La escasez de varones y los pocos impuestos que se recaudaban debido al alto número de nobles, hidalgos, judíos y mercaderes exentos todos ellos de gravámenes, marcaron el inexorable declive de Zorita en favor de aldeas como Almonacid, que fue fortificada a lo largo del Siglo XIV, o Pastrana, que iba ganando en preponderancia y población, siendo declarada Villa por Muñiz en 1.369. Fue entonces cuando la Villa de Pastrana comenzó a ser amurallada. Dos años más tarde, le fue concedido el cambio del día de Feria del sábado al miércoles, dando acceso a todas las transacciones comerciales a la población judía, y la exención de impuestos a los mercaderes que a ella acudieran. A lo largo del Siglo XV la Orden fue distribuyendo entre estas dos poblaciones las funciones administrativas del Partido de Zorita, residiendo, finalmente, el Comendador calatravo en Pastrana.
Hablando más ampliamente, la sociedad española entra en el Siglo XV afrontando tres graves problemas sociales: La cuestión agraria, las tensiones urbanas y el problema judío. El problema campesino se resolvió en Castilla afianzando el poderío de los propietarios aristócratas: Los señoríos. Las luchas urbanas devinieron en una paralización de las estructuras municipales y la pérdida parcial de la autonomía que, hasta entonces, disfrutaban. Quedaba por resolver el problema judío que, entre otras cosas, era un problema de convivencia. A priori, la única salida al problema era la expulsión, pero analizadas las posibles consecuencias económicas, esta medida se pospuso temporalmente, generando un clima de desconfianza y aversión por la presencia de falsos conversos que judaizaban en su vida privada.
Así, a lo largo del Siglo XV, continuó el desarrollo político y económico de la nobleza, instituyéndose el denominado "mayorazgo", es decir, la vinculación de las tierras a un título, siendo éstas invendibles, indivisibles e inalienables y su concesión era dictada directamente por el Rey.
Las grandes familias medievales habían perecido en su práctica totalidad en el transcurso de las luchas de los Siglos XIII y XIV. El ascenso a la corona de los Trastámara impulsó la creación de una nueva y pujante aristocracia, especialmente favorecida por las "mercedes" del Rey Enrique II. Los puestos superiores de la pirámide estaban acaparados por unas cuantas familias que, en breve, recibirán el tratamiento de "Grandes de España". Así comienzan a resonar en Castilla linajes como los Mendoza, los Guzmán, los Quirós, los Velasco, los Muñoz, los Pacheco, etcétera. En concreto la provincia de Guadalajara quedaba, prácticamente, en manos de los Mendoza y la casa de Medinaceli, dominando también amplias zonas del Norte de la Comunidad de Madrid y Castilla-León.
Con la llegada al trono de los Reyes Católicos la situación de los sefardíes cambió radicalmente mediante dos dictámenes que fulminaron su fuerza económica en quince escasos años: En 1.478 se instituye el Tribunal de la Santa Inquisición para perseguir en principio a los conversos, bautizados en la fe católica, que continuaban judaizando en privado convirtiéndose así, la monarquía española, en el brazo armado de la cristiandad más intransigente, en defensa de la ortodoxia religiosa. El simple anuncio de esta medida provocó, no sólo una inmensa fuga de capital, sino también un éxodo masivo de conversos hacia Portugal y el Magreb. El segundo edicto, promulgado en 1.492, decretó la expulsión de los judíos del país, medida que provocó un estancamiento de las finanzas, ya que los judíos formaban la mayor parte de la clase burguesa y, además, eran los encargados de recaudar los impuestos en las grandes ciudades. El simple hecho de haber retenido a los sionistas en nuestro territorio hubiera evitado, tras el descubrimiento de América, que el oro de las colonias fuese a parar a manos de banqueros genoveses y flamencos con el consiguiente perjuicio para las arcas de la corona.
Ambas decisiones fueron cruciales en el futuro de España, de nuestra comarca y, muy especialmente, para la Villa de Zorita que, rápida y definitivamente, se vio privada de la parte más acaudalada de su población.
Con la llegada al trono del Emperador Carlos I estalla, en 1.521, la conocida "Guerra de la Comunidades". Los comuneros se hicieron fuertes en nuestro entorno (Yebra, Hueva, Valdeconcha, etcétera), permaneciendo Escopete, Pastrana, Sayatón, Zorita, Albalate y Almonacid del lado carolino. Finalizadas las revueltas urbanas de la burguesía, Carlos I decidió segregar las Villas de Pastrana y Zorita de los Canes de la Orden Militar de Calatrava, poniéndolas a la venta, lo que motivó que la Orden transfiriera su base, definitivamente, a la vecina Villa de Almonacid de Zorita y que ésta pasase a ser cabeza de la Encomienda y, por ende, del Partido de Zorita.
Pastrana, junto a Sayatón y Escopete fueron adquiridas por la Condesa viuda de Mélito, Doña Ana de la Cerda, en el año 1.541, formándose así el Señorío de los De la Cerda.
Doña Ana, abuela de la futura Princesa de Éboli, mandó levantar junto a la muralla, en 1.543, el Palacio-Fuerte de Pastrana (posteriormente Palacio Ducal) y la Plaza de Armas (o de la Hora) lo que motivó un continuo pleitear con los vecinos de la Villa, ya que tuvo que derribar parte de la muralla para construirla. Finalmente, su hijo Gastón de la Cerda quiso desentenderse del Señorío y comenzó los trámites de venta del territorio en 1.562. Su repentina muerte no influyó en la transacción que finalizó en la venta por parte de su hijo, Don Íñigo de Mendoza y de la Cerda al portugués Don Ruigomes de Silva en 1.569, secretario personal del Rey Felipe II. Pastrana, así pasaba a manos de los Silva y los Mendoza que, ya poseían la Villa de Zorita y su castillo desde 1.565, además de Albalate de Zorita y La Zarza adquiridas en 1.566. En el mismo año de 1.569, Don Ruigomes de Silva y Doña Ana de Mendoza y de la Cerda fueron nombrados por Felipe II, Duques de Pastrana. Desde entonces, y hasta la primera mitad del Siglo XVII, la Villa de Pastrana llega a su máximo esplendor, conociendo décadas de pujanza del que son reflejo la arquitectura de todo el Ducado y la gran influencia que llegaron a alcanzar los sucesivos Duques en la Corte. Así comenzaron a levantarse edificios artísticos, conventos e industrias como el engrandecimiento de la Colegiata, el Convento de San Pedro, el Santo Desierto de Bolarque, en Pastrana; la creación de una floreciente industria textil en La Pangía, la ampliación de la Iglesia de San Andrés de Albalate y un largo etcétera. Finalmente, los primeros Duques de Pastrana crearon "mayorazgo" a favor de su hijo Don Rodrigo de Silva y Mendoza incluyendo las Villas y aldeas de Zorita, Albalate y La Zarza, Estremera, Valdaracete, Pastrana, Escopete y Sayatón.
Por otro lado, la venta de Zorita y Pastrana a la familia Silva produjo que la Villa de Almonacid de Zorita quedase como cabeza del Partido de Zorita y, por ende, de la Encomienda que ya contaba con tan sólo siete Villas, lo que supuso el traslado de las autoridades de la Orden a Almonacid. Desde ese momento, los calatravos engrandecieron la Villa, levantaron iglesias, palacios y monumentos; como la Iglesia de Santo Domingo de Silos (S. XV), la Ermita-Convento de la Concepción (S. XVI), la Ermita de la Virgen de la Luz, el Colegio y Convento de los Jesuitas y el llamado Palacio de los Condes de Saceda (todos levantados en el S. XVII);
mejoraron los sistemas de riego ocupándose, muy especialmente, de los molinos y las presas de Bolarque.
Aquel año de 1.569 marcó también el inicio de la campaña de Las Alpujarras, promovida por Felipe II, para erradicar los focos rebeldes andalusíes en las montañas granadinas. La guerra supuso la movilización de las tropas del Partido de Zorita contribuyendo a la misma con 250 soldados. La recompensa, tras la victoria de los ejércitos dirigidos por Don Juan de Austria, fue
la entrega al Duque de Pastrana de 200 familias de moriscos capturados que se asentaron en Pastrana, en los barrios del Albaycín y el arrabal de La Pangía. La llegada de éstos, junto con los flamencos, franceses e italianos que habían llegado atraídos por la pujante industria textil, principalmente sedera, promovida por el Príncipe-Duque, elevaron la población de Pastrana a más de 5.000 almas en el año 1.573. Comenzaba así el Siglo de Oro de nuestra comarca, en la que se llegó a barajar la posibilidad de que Pastrana alcanzara el rango de ciudad e, incluso, se la propuso para asumir la capitalidad del Reino filipino, hechos que se vieron truncados por la repentina y prematura muerte en Madrid de Don Ruigomes de Silva el mismo año 1.573.
Es en estos años dorados, cuando Pastrana acoge a sus hijos más ilustres, nacidos o adoptados por la Villa. Aparte de los Duques y Príncipes de Éboli, aparecen en escena Don Pedro González de Mendoza, hijo de éstos, que llegó a ser Arzobispo de Granada, Zaragoza y Sigüenza; Juan Bautista Maino, excelente pintor seguidor de la escuela de Caravaggio y con una notable influencia de El Greco; el poeta y dramaturgo pastranero Manuel de León Merchante autor, entre otras, de la genial obra "La Estrella de La Alcarria"; Santa Teresa de Jesús, fundadora en Pastrana de los Conventos de San José y San Pedro; San Juan de la Cruz, que llegó atraído por la reforma carmelita; y Juan Narduchs o Fray Juan de la Miseria, que llevó al extremo la reforma de la Santa fundando en la orilla de Bolarque el primer Desierto monacal de Occidente siguiendo el ejemplo de los monjes eremitas del Monte Carmelo, en la lejana Antioquía.
Diez años después de la muerte de Santa Teresa de Jesús, en 1.592, tres frailes carmelitas se unieron para llevar más allá la aventura que inició la Santa en 1.561 tras fundar su primer convento en Ávila, San José.
Fue a mediados del Siglo XII cuando, siguiendo la tradición del profeta Elías, San Bartoldo tenía fundados dos monasterios carmelitas en Antioquía. A diferencia del cristianismo europeo, el monacato en Oriente Próximo tenía una larga tradición de eremitismo, frente al monacato comunal que era practicado en nuestros monasterios. El Papa Honorio III aprobó, mediante Bula en 1.226, la Regla directiva de la Orden que establecía unas normas de conducta generales como son: El establecimiento de los centros carmelitas en lugares aislados y solitarios, la construcción de un monasterio central para las prácticas religiosas realizadas en común y una serie de celdas, separadas entre sí y del edificio conventual, para que el eremita llevara una rigurosa vida de meditación en solitario. A estos lugares donde los frailes llevaban a efecto su austera vida religiosa se les denominaba "Desiertos".
La reforma que planteó Santa Teresa en España se realizó sobre el fundamento conventual y mendicante, o sea, que las monjas llevaban una vida en comunidad y vivían de las limosnas que recaudaban de los vecinos. Una vida sacrificada, sin duda, pero que distaba mucho del concepto oriental y original que regía en los conventos de San Bartoldo.
Estos tres monjes querían continuar la Reforma "masculina" que inició San Juan de la Cruz en Pastrana y acercarla a la vida eremita y solitaria, ya que consideraban insuficientes los sacrificios que suponía la vida carmelita en los conventos fundados en ciudades como Ávila, Segovia o Pastrana por la Orden.
Inmediatamente, viajaron a Alcalá de Henares a trasmitirle la idea al Vicario General de la Orden, el genovés Padre Doria, para que aprobara el nuevo establecimiento y sus normas de conducta y consiguieron de éste la autorización para establecerse en Bolarque, en un paraje inhóspito pero de enorme belleza, entre la Olla de Bolarque y el Barranco del Rubial, a orillas del Río Tajo.
El Domingo 16 de Agosto de 1.592 se terminó de construir la primera Ermita, realizada con barro, piedras y ramas de pino, y que pasó a llamarse "de San Juan Bautista". Días después, se llevó al lugar una campana, el Sagrario y se ofreció una misa, inaugurando así el primer Desierto carmelita que pasó a denominarse "Nuestra Señora Santa María del Monte Carmelo".
A la comunidad inicial de tres frailes, comenzaron a unirse nuevos miembros y, por consiguiente, a levantar nuevos eremitorios o celdas hasta llegar al número de nueve.
Al año siguiente, 1.593, Fray Tomás de Aquino viajó a la Corte de El Escorial a ofrecerle personalmente al Rey Felipe II el patrocinio del Desierto en nombre de los Ermitaños de Bolarque y éste lo aceptó, pasando a denominarse "Real Sitio y Santo Desierto de Nuestra Señora Santa María del Monte Carmelo".
En seguida se propagó la fama del Desierto entre los aristócratas que, alentados por Don Francisco Contreras, Presidente del Consejo de Castilla, comenzaron a patrocinar con sus limosnas el levantamiento de nuevas ermitas en torno al cenobio, hasta llegar, ya entrado el Siglo XVIII, al número de 32. Entre las decenas de aristócratas y ricos burgueses se encontraban, entre otros, los Duques del Infantado y Medinaceli, el Conde de Lemos, la Duquesa de Feria, el Almirante de Castilla y la octava Condesa de Cifuentes, Doña Ana de Silva y de la Cerda (n. 1.587 - m. 1.606) - no confundir con su prima Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, "la Princesa de Éboli", ni con su tía abuela Doña Ana de la Cerda, primera Señora de Pastrana -.
(Continuará)
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